miércoles, 9 de diciembre de 2020

¿Y A DÓNDE SE FUERON LAS MUJERES VAMPIRO?


 

El mundo ha cambiado:
los niños que cantaban a vírgenes 
que jamás enfermaron de los nervios 
cumplieron la mayoría de edad 
y están irreconocibles; 
y la mujer que amamos en el cine 
es sólo hoy una actriz de reparto:
el pan a merced de los gusanos,
las hostilidades nacionalistas,
los jóvenes con brackets:
el mundo de los espíritus
en un caleidoscopio imaginario

 

El mundo ha cambiado
y ni tú ni yo nos conocimos

 

Me hubiera encantado estrechar tu mano

 

Luis Daniel Pulido

 

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México

 


martes, 17 de noviembre de 2020

TSUNAMI


 

Una gota, pequeña primero, grande después, cae al piso del único bar del puerto. El mar, a lo lejos, no está dispuesto a negociar su oleaje: algo pasa en su fondo que sacude la línea de boyas así como el patito de hule en la tina de un par de amantes ocasionales. Él, aficionado a beber en pequeños y lentos sorbos su bebida preferida: agua de coco, lo que exaspera a su compañera, que con el pie derecho da suaves golpes al agua de la tina como señal para que deje de beber y ponga atención al sonido de la gota que cae al piso, cuya frecuencia ha aumentado. Ella, impaciente por respuestas, por abrirse paso cuando el mundo se detiene, según la pregunta que golpee a la puerta de la casa con enormes ventanas y convertida por las noches en el bar más visitado, exige, pero ya, eso: una respuesta.

La vida, allá afuera, está a merced de gente que no se dirige la palabra, que no se permite acurrucarse ante la flor que crece, a los dulces ojos del colibrí y su pequeña sombra relampagueante sobre la hierba. El mundo es un haz de calor que se encorva sobre sí mismo. Y donde un par de amantes ocasionales observan una gota que cae al piso. Y que sonríen como única forma de resistencia al mundo que los violenta. Es así que ella pregunta: “Oye, y si hubiera un tsunami de cerveza, ¿qué harías?” A lo que él responde: “Correría hacia él”.

La risa nos hace caminar descalzos por la tierra después de la lluvia.

La risa –ese bosque de encinos con ríos propios– que ilumina los rostros.

Afuera un hombre le roba a otro y le dispara en la cabeza.

Luis Daniel Pulido


LOS UNOS, LOS OTROS, LOS MISMOS


 

No hubo un faro

–ese tesón de los poetas febriles–

para iluminar la importancia del oficio;

apostamos a un camino más sencillo:

al sufragio del ciudadano

(desde Kane al campesino de alguna Sierra de Chiapas),

al mecanismo de un barquito de vapor,

el tren eléctrico que hizo feliz a los niños

de 1980

 

Y cuando la fragmentación ideológica

nos tentó con las becas,

participamos en la recreación de los actores

y su compartimiento:

nos dijeron, algunos, traidores;

los otros, nos ayudaron a manotear

burbujas de jabón u organizar un juego

de futbol

 

La poesía, como siempre, está en otra parte:

en Hamlet, Aquiles, un guerrillero;

en los manuscritos no solicitados;

en el horizonte, en Camagüey,

los hoteles de paso

 

No en tu adhesión feminista,

el pago de la renta a la cuenta de tus padres,

en las últimas noticias de tu milésimo

periódico de escritores

 

(Pero)

 

El buzón de quejas está a mano derecha

 

Luis Daniel Pulido


jueves, 8 de octubre de 2020

¿Por qué y para qué publicar?


 

Llevo treinta años escribiendo, apegado a la sentencia de Bradbury: “Dígamelo por escrito”. Que era lo que respondía cuando le pedían un consejo para ser escritor. Me he valido de la palabra y el lenguaje como fuentes reveladoras de silencios, preguntas, respuestas, dudas: de la violencia a la que estoy inmerso, con sus dimisiones y retornos. Todo, para mí, es lenguaje: sus afiliaciones como sus discordias. Y publicar es el registro de todas esas batallas y contradicciones. Publicar porque eso supone historia y memoria, un tiempo, un enlace argumental, el martilleo de quien no deja de reparar la casa: única tierra de recepción para quienes apuestan al naufragio de la lectura. Entendiendo que con ello otro mundo, muy diferente al mío, será creado. Que dé cauce a la conversación y al mismo tiempo a una rumba de recursos: sí, el libro impreso con sus espectros: el pdf, epub y todos los terrenos digitales. Publicar porque treinta años después –y sólo treinta años después– sé que tengo algo que decir.

Luis Daniel Pulido


lunes, 28 de septiembre de 2020

CIELO SUR


 Foto: Roberto Bernal 


Digamos que el caminito silencioso aquél, mío, tiene ramales y que el historiador —el de mi gusto— lo que viene a hacer, con su narración, es revelármelos, volvérmelos platicables.

Jesús Gardea

 

La memoria no es fiel –dicen; para el melancólico es un acto de retracción, y para el extrovertido un estado de disponibilidad: ambos, palabras más, palabras menos, narran, inventan, mienten, aciertan. Pero la memoria –la social– nace de la conciencia de lo perdido. Idea de tiempo e historia pero no en el sentido académico, sino como un dóberman que muerde o el rayo que irrumpe en la noche. “Nos han dado la tierra”, reza el clásico, ingenuidad que no basta como no basta pisar la arena, hacer camino sin ver el desempleo, la corrupción, la violencia, la inseguridad, el espiral de supersticiones y de breviarios espirituales hacia la misma casa de espejos: tradiciones y costumbres, liturgia de luz y sombra.

La memoria –antropológica en su fondo– es un continuo de evidencias, proyecto de largo aliento que no se alinea al testamento, al contrario, es testimonio vivo, una sociedad de lectores e intérpretes. Fantasmas y seres humanos que se mueven.

La memoria no como fetichización de los territorios, de los protagonistas, de los herederos y desde los guiños del poder político y de las instituciones, sino desde los finales abiertos que dan los cruces de caminos, los supervivientes, cada hijo pródigo que vuelve.

Gravita la geografía, lo que deja el tren, los hombres y las mujeres y los niños y las niñas reflejados en un charco de agua después de la lluvia en Chiapas, resquicio de humanidad contra lo geopolítico –término que avala la ambición autoritaria de gobiernos y empresarios, principales usurpadores de la información e historias oficiales.

Que la memoria, entonces, parta la tierra y encuentre agua para los necesitados.

No olvidamos.

Luis Daniel Pulido


miércoles, 16 de septiembre de 2020

PALABRAS PARA PERRITO RYAN

 


La tristeza no necesita el coro de sirvientes que discute  méritos en un encuadre poético; es, sí, un tema oceánico, un montoncito de peces dorados que no corteja palabras rimbombantes ni espejos donde el poeta inicia su comercio de ideas, la recepción de sus contemporáneos, los extractos de lánguidos “mea culpa”, contracciones selectivas de su memoria.

La tristeza no es una corriente de viento favorable, ni reúne todos los horizontes del mundo, tampoco es el manto de un imperio. Se asemeja al golpeteo de un martillo, un Cessna –pequeño– que se estrella. No está para tributos ni homenajes ni para la estética finisecular de las cosas. Es un rayo y te parte el corazón, el cuerpo, el alma y te ciega.

No creo en los empecinados por la nobleza del ser humano, apuesto más a construir campos de concentración, a ejercer el terrorismo con su bitácora destructiva porque –según mi reloj, a quien confío todo este dolor– darán las cinco de la tarde y la única certeza es que ya no estás conmigo.

Habrá, no lo dudo, quienes esperen un poema sobre ti ¿Y eso qué? Están a la misma distancia una pistola –hasta donde sé– sin problemas de conciencia, y la crueldad humana en la que estoy inmerso.

Y todo esto, que aparentemente no tiene nada que ver contigo, perro querido, es para mí lo mejor con lo que puedo recordarte.

Así como te salvé de morir en la calle, fui también quien tuvo la última decisión sobre tu vida. No toda construcción amorosa es titubeante. Tu patita en mi mano aún palpita con sus alegres guardianes.

Y escucho a dónde vas. Y no dejo de buscarte todos los días.

Eres un gran perro para un poema.

Así te honro, así te recuerdo.

Luis Daniel Pulido


viernes, 21 de agosto de 2020

QUE LA PALABRA SEA LA LUZ QUE SE CUELA BAJO LA PUERTA

 

Me han pedido mi opinión, un poema, una crónica sobre la pandemia. Ir al centro de las cosas, o acercarme, o dispersar los dados sobre etimologías o vaya a usted a saber qué quieran.

No apuesto –nunca lo he hecho– a las sendas iluminadoras, a poner al servicio de las certezas el ejercicio poético. Me importa observar la hoja que se desprende del árbol hasta el final de su caída, la bengala que ilumina –otra vez– el fallido regreso a casa, el barquito de papel que se lleva la lluvia después de la tormenta.

La pandemia, como la cola ominosa de la ballena que choca contra el agua del mar, arroja a unos a la orilla y a otros al fondo enfangado de algo que llaman comorbilidad, esa ruin pirámide de enfermedades que no da para heroísmos. Ni un libro, Moby Dick, como paréntesis.

Soy, pues, un tipo egoísta. Concedo a los periodistas las dimensiones del imperio pandémico y sus provincias, los burdeles de su protagonismo. Concedo a los poetas –que ya se repliegan en busca de premios– los incendiarios jinetes del apocalipsis.

Pero que Dios –que siempre ocupa un lugar envidiable en todas las historias– eso sí: bendiga y cuide a los hombres y las mujeres que no han dejado de llevar el pan a su mesa.

 Que así sea.

 Luis Daniel Pulido

 Foto: Arthur H. Fellig (Weegee)


lunes, 17 de agosto de 2020

PORTEREAR, ESCRIBIR

 

Estaba –eso creo– terminando de escribir un libro, analizando las condiciones extraliterarias que acompañan ese proceso: el alba a veces se mezcla con la oscuridad de un día lluvioso; o el impulso místico, quizá, se reduce a meras coincidencias: un amor que reaparece, una persona que te reconoce: “eres un gran portero”.

El elogio es una pendiente resbaladiza y a veces me tiro en ella. A los encuentros, los ecos, las correspondencias. No creo que haya gran diferencia entre ser una estrella del soccer y escribir un poema, en ambos se busca el aire puro de los bulevares solitarios de la noche; porque las victorias se trabajan, se pulen, se logran y son las luces intermitentes de la madrugada las únicas que te acompañarán hasta el final de tu vida.

Sí: escribir con los obligados puertos de escala en la geografía académica; porterear –pájaro al sol a las ocho de la mañana en el campo de La Salle.

Extraño la lluvia y el breve silencio previo a que empiece el juego.

 Luis Daniel Pulido

 


lunes, 25 de mayo de 2020

SÁLVATE DE ELLOS




No leo los periódicos
(los periodistas restauran a fuerza
su mercado de victorias y beneplácitos)
pero sí camino a la cocina por un café,
intervengo en la nomenclatura de la nueva república;
porque –me digo– la universalidad no se le niega a nadie
y volvemos al principio: la división del trabajo
y la lucha de clases y la “nueva normalidad”,
el eco de la tragedia

La noticia –voy a eso– hace de gusano
en la manzana (su cercanía histórica
es con el universo político que la paga)
y da la sangre con la que alimenta
a la opinión pública:

Las moscas en la sangre de los muertos,
hambrientos por las tragedias del siglo:

Aves de carroña de la pandemia

Una pira de humanos ilumina su camino

Luis Daniel Pulido

Foto: Ibai Acevedo

lunes, 30 de marzo de 2020

DE LIKES, DESLIKES COMO MEROS ESPEJOS DE AUTORITARISMO Y CONVIVENCIA




La Historia se ha vuelto la morralla de las nuevas conciencias, no llega ni al peso cerrado, es una augusta institución de centavos que nadie quiere consultar. Y la ruptura con ella no es estética, vanguardista, por valor o tradición. Los conflictos a debatir hacen, más, de promoción –ya que quienes más opinan son poetas, periodistas, aliados feministas, falangistas de una editorial independiente, hasta aspirantes a standuperos– para que los escenarios de sus obras, ¡ah, sorpresa!, sean leídas, vistas, escuchadas, populares.

En ese entramado de propagandas disfrazadas de preocupaciones sociales, un buen texto, una buena fotografía, cuando la hace quien no sabe que tiene que apuntar la mirada hacia la mancha de espectadores ávidos de notoriedad, no tendrá los likes de los miembros de la Corte de los más populares de las redes sociales.

Y en ese péndulo de emociones y episodios, el diálogo se reduce a “amistades” virtuales. Si tú no te tomas el tiempo para honrarlos con likes, te sacan del pequeño proyector de las revoluciones personales ¿Y a quién no le gusta verse en la pantalla?

Lo que vemos es una suma de pactos –confían tanto en su memoria– que les impide hacer propio lo extraño. Lo ajeno a su círculo social. Lo cotidiano, eso que revela información por momentos (hay que estar atentos para aprehender su luz) y se vuelve universal en su fondo, importancia y peso, que no se integra en automático a la vida y experiencia de grupos afines, al contrario: que amplía las dimensiones –alienaciones incluidas– de la sociedad y su inminente paso devastador por el mundo.

Aligerar elementos de reflexión, atemperar desde las prisas y el oportunismo, ganar –con la impunidad de los likes– todas las batallas de las que eres parte, no es más que el ruido de fondo: sin contradicciones, derrotas o retornos (elementos que pasan por alto los cínicos, los enamorados de sí mismos, quienes se lanzan a lo más profundo de la fosa para abrazar su imagen), lecturas y lenguaje pasan a segundo término.

Se subestima la ortografía, pero también, al mismo tiempo, se da la redacción pulcra, atada a intereses particulares: la lengua de la serpiente con sus apuestas y formas de ciudadanía. Un fósil con palco en espera del elogio, del coro que repite “espejito, espejito”, con lo que creen le ganan al olvido y la insignificancia.

La justicia se vuelve verificable, no reveladora, intervalos de escándalos, desfile de personajes, estados de excepción. Y nada más. Pareciera que  se trata primero de satisfacer aliados, socios de proyectos en común. Y nada más. Poner el dedo en la llaga y llevarse una tajada de protagonismo. Y en esa cima sobran los que no abonan miel a los oídos de quienes suscriben.

Luis Daniel Pulido

viernes, 10 de enero de 2020

ODA AL PORTERO (EL QUE FUI, EL QUE SOY)



El portero no sabe poner el oído en la tierra. No lo necesita para escuchar el tránsito de personas, el río que se desdobla al otro extremo, la moneda y su puerto de sueños: la riqueza.

El portero no termina su papel en el terreno de juego, ajusta las melodías de vuelo, los matices del lance, menciona con honor al autor de la simbiosis: el delantero.

El portero –peninsular y desterrado, sobresale de los reinos de las sombras de la estrategia. Ataja y despeja hacia los hijos naturales de la Historia: los que hacen posible el juego.

El portero tiene un pequeño jardín en el pecho: igual sale de ahí un hijo muerto o el hosco pájaro de la tristeza.

A su enorme figura no la mecen las olas de la derrota ni de la victoria.

Honor y respeto.

Luis Daniel Pulido

jueves, 9 de enero de 2020

NORUEGA



Tec Regional, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 1986

Qué difícil poner atención a las clases. Miro la grieta que se abre en el cielo, la naturaleza silvestre de los insectos en el lodo, el entorno hostil para los búfalos en las películas de vaqueros y lo más importante: a la muchacha más alta y bonita de la escuela y mi célebre rastreador de barcos hundidos en glaciares escandinavos a eso de las seis de la tarde.

El ruido a veces es el lugar más salvaje, ya sea para obtener un poco de comida o para sobrevivir entre cazadores furtivos. Nada que esté en mis manos resolver: mi imaginación es el numeroso contingente de barquitos que zarpa acompañado de ecos, estertores de selvas, tierras inmersas en la oscuridad total. Por eso nunca falta la isla volcánica, su cuervo de lava, el poema de Coleridge, el barco fantasma.

Nunca –recuerdo– pude librar los sistemas de vigilancia aéreas que bombardearon mis libros, mis cuadernos. Las respuestas nunca fueron las correctas.

Qué importa: Noruega es un país con 24 horas de mar abierto.

Luis Daniel Pulido

martes, 7 de enero de 2020

EL HOYO




El Hoyo es una región, un mapa desplegable ante los ojos de quienes la caminan y toman direcciones que juzguen convenientes y haga de su orgullo días de fiesta; siempre rodeados del calor maternal de la máxima autoridad que provee y recicla las ruinas, el calendario de subsidios, las pequeñas coaliciones familiares.

En el Hoyo nadie sale, es un avispero de chismes y difamaciones y la reestructuración de los modos de la política son a corto plazo: cobros de derecho de piso, tráfico humano, venta de drogas.

El Hoyo es una región donde los ríos de basura vuelven sobre sí mismo y donde cientos de cabecitas negras zumban sobre heces humanas. Sí, moscas. No tigres con dientes de sable.

En el Hoyo sus jóvenes son revolucionarios: resisten las tentaciones tiranas del deshonesto mundo de fuera. Su conjunto de tejidos óseos de “pueblo unido jamás será vencido” hacen trizas  las injusticias políticas de otros Hoyos de su propio Estado. En el Hoyo, no obstante, el consenso es la miseria y la tolerancia a la transa. Te piden prestado herramientas, el auto, dinero y no te lo devuelven. Te mandan –y se hinchan el pecho de orgullo– como ellos dicen “a la verga”.

En el Hoyo sorprende la pequeñez del ojo con el que se ven las cosas: su río caudaloso y contaminado es el ejemplo de la pobreza con la que iluminan su vida.

Luis Daniel Pulido

viernes, 3 de enero de 2020

DE POR QUÉ MI RAYO ES EL ROCK




Crecí escuchando la frase “la política es un arte”. Frase de tradición hegemónica: de Lucas Alaman, Adam Smith a Marx hasta Reyes Heroles padre y Heberto Castillo y Carlos Castillo Peraza, entre muchos. Pero mis maestros de secundaria sólo se enfocaban a educar alumnos con código de barras eficientes para la administración pública, pilares para sociedades sin componentes intelectuales y críticos. Y ahí empezaron mis problemas, mis lecturas de adolescente solitario ya conformaban cuadros de tensión por cuestionar, de fondo, los candados del programa educativo ¿Para qué aprender Matemáticas, Español, Química, Contabilidad, Geografía, Español, Inglés, Historia, etc, etc, sin cuestionar al “Estado Benefactor mexicano” que ya obviaba (de esos años) su crisis por la corrupción como principal elemento para el éxito? “No le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay”, me dijo un excompañero en el Congreso del Estado. Claro que no me fue bien. Me quedé solo. Me expulsaron. Y qué bueno. Mi crédito de nueves y dieces me alcanzó para no llegar los últimos tres meses e irme para presentar mi examen en el Tec Regional, escuela que me enseñó a pensar y jugar futbol desde las circunstancias de lo táctico y manejar las transiciones del juego: desarrollar una especie de dron portátil que nos permitía ver y pensar a manera de un partido de ajedrez. Enseñanza que me llevó a mi otra pasión: escribir, diseñar una especie de cartografía que coincida con las dimensiones del mundo. Por eso rechazo las reuniones de generación, ese proceso del que fui testigo, que debilitó el lenguaje y expulsó a las calles seres humanos conservadores, timoratos, eso sí, ruidosos –su aprendizaje sentimental incluyó canciones populares a la cual han sumado narcocorridos– a la hora de sacar las credenciales: la familia, el trabajo, el que cobra en dólares, el que tiene más mujeres, lo que les “provee el dulce alivio de ser masa”, como dice Heriberto Yépez.

La política mexicana es un infortunio y los acervos se empolvan en las bibliotecas. Está el dedo índice del periodista que aprieta el gatillo, su profundo placer por la carroña. El poder –según sea el caso– para disuadir, salvar o golpear a quien pague o no.

¿Por qué escribo esto? Porque tenía mucho tiempo de no hacerlo y porque me siento feliz de tener lo que tengo: canciones de rock para honrar lo que creo, pienso y defiendo.

Luis Daniel Pulido

ATRÁPAME SI PUEDES (SÍ PUEDO, CÓMO NO)




Te he pedido tu ubicación,
los códigos criptográficos,
los materiales comparativos,
el Google Maps

Que si donde languidece el deseo,
el ciempiés de los viejos efectos especiales;
y Séneca, el hombre Marlboro, la obra personal

Te he preguntado entre qué calles,
si hay una mueblería, un árbol,
los frailes que introdujeron el alfabeto,
los mejores esquites, pilas de periódicos,
una equis en el piso

Llega un mensaje: “Mi amor, estoy en el jacuzzi, ¿me alcanzas?”
como claro desprecio a la cronología, el intertexto,
el flashback

Soy el hombre desnudo que atraviesa la sala a toda velocidad

Luis Daniel Pulido