viernes, 3 de enero de 2020

DE POR QUÉ MI RAYO ES EL ROCK




Crecí escuchando la frase “la política es un arte”. Frase de tradición hegemónica: de Lucas Alaman, Adam Smith a Marx hasta Reyes Heroles padre y Heberto Castillo y Carlos Castillo Peraza, entre muchos. Pero mis maestros de secundaria sólo se enfocaban a educar alumnos con código de barras eficientes para la administración pública, pilares para sociedades sin componentes intelectuales y críticos. Y ahí empezaron mis problemas, mis lecturas de adolescente solitario ya conformaban cuadros de tensión por cuestionar, de fondo, los candados del programa educativo ¿Para qué aprender Matemáticas, Español, Química, Contabilidad, Geografía, Español, Inglés, Historia, etc, etc, sin cuestionar al “Estado Benefactor mexicano” que ya obviaba (de esos años) su crisis por la corrupción como principal elemento para el éxito? “No le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay”, me dijo un excompañero en el Congreso del Estado. Claro que no me fue bien. Me quedé solo. Me expulsaron. Y qué bueno. Mi crédito de nueves y dieces me alcanzó para no llegar los últimos tres meses e irme para presentar mi examen en el Tec Regional, escuela que me enseñó a pensar y jugar futbol desde las circunstancias de lo táctico y manejar las transiciones del juego: desarrollar una especie de dron portátil que nos permitía ver y pensar a manera de un partido de ajedrez. Enseñanza que me llevó a mi otra pasión: escribir, diseñar una especie de cartografía que coincida con las dimensiones del mundo. Por eso rechazo las reuniones de generación, ese proceso del que fui testigo, que debilitó el lenguaje y expulsó a las calles seres humanos conservadores, timoratos, eso sí, ruidosos –su aprendizaje sentimental incluyó canciones populares a la cual han sumado narcocorridos– a la hora de sacar las credenciales: la familia, el trabajo, el que cobra en dólares, el que tiene más mujeres, lo que les “provee el dulce alivio de ser masa”, como dice Heriberto Yépez.

La política mexicana es un infortunio y los acervos se empolvan en las bibliotecas. Está el dedo índice del periodista que aprieta el gatillo, su profundo placer por la carroña. El poder –según sea el caso– para disuadir, salvar o golpear a quien pague o no.

¿Por qué escribo esto? Porque tenía mucho tiempo de no hacerlo y porque me siento feliz de tener lo que tengo: canciones de rock para honrar lo que creo, pienso y defiendo.

Luis Daniel Pulido

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