Ilustración: Edward Gorey
Soy una repetición de malos modales, el teléfono rojo en emergencia después de golpear a cinco hombres que me acusaban de robarte los treinta y nueve pesos de tu revista, cuyas líneas borrosas escritas por pensadores “transparentes” me señalan como el único culpable.
Entiendo que no puedo hacer nada contra tantos hombres atados a la cruz, acaso sembrar un árbol con mis ojos un poco tristes, y evitar que cuando se deshoje veas relámpagos y tormentas.
Puedo no moverme, empaparme de sangre y preguntarte si para el perdón celestial es suficiente, controlar a los dragones que recorren mi espina dorsal, someterlos hasta convertirlos en dendritas, esconderlos en las fundas de mis discos de Nick Cave o prenderles fuego, pero un fuego improvisado que hurgue hasta el fondo de lo que crepita: el mar que comienza a perderse por más que abra los ojos y en cada parpadeo te diga te quiero y la sillita verde no sea el veloz auto que me lleve a otra parte y siga presente y nadie me declare como desaparecido.
Lo prometo, me voy a portar bien. Al menos este día.
Lo prometo, me voy a portar bien. Me sentaré en la sillita de madera pintada de verde, ya que no toda travesura queda camino al aeropuerto, ni soy el paracaidista con trajecito del Capitán Trueno.
Soy una repetición de malos modales, el teléfono rojo en emergencia después de golpear a cinco hombres que me acusaban de robarte los treinta y nueve pesos de tu revista, cuyas líneas borrosas escritas por pensadores “transparentes” me señalan como el único culpable.
Entiendo que no puedo hacer nada contra tantos hombres atados a la cruz, acaso sembrar un árbol con mis ojos un poco tristes, y evitar que cuando se deshoje veas relámpagos y tormentas.
Puedo no moverme, empaparme de sangre y preguntarte si para el perdón celestial es suficiente, controlar a los dragones que recorren mi espina dorsal, someterlos hasta convertirlos en dendritas, esconderlos en las fundas de mis discos de Nick Cave o prenderles fuego, pero un fuego improvisado que hurgue hasta el fondo de lo que crepita: el mar que comienza a perderse por más que abra los ojos y en cada parpadeo te diga te quiero y la sillita verde no sea el veloz auto que me lleve a otra parte y siga presente y nadie me declare como desaparecido.
Lo prometo, me voy a portar bien. Al menos este día.