
Gente (¡hay una peste!)… como esperando a Cristo.
Cristo está sentado seguramente
en la tercera fila de un burlesque
La esperanza alcanzó apenas para redactar unos cuantos poemas; experimenté con el coraje y la pretensión del cazafortunas, un poco con la patria y otro tanto, el menos, con las acrobacias de los aplausos.
A pesar de las noches largas nunca faltó la compañía de magos de buen corazón (los buenos, no los burócratas de la lámpara) que destilaron aguardiente del mineral de las piedras, una capa de luz para mi garganta porque siempre será mejor una chistera que seiscientas iglesias.
Y el Ipod y su fontanería de sonidos, el contraespionaje dentro de los ministerios médicos, las ciudades subterráneas de mi autismo. Pasar mi lengua en las tetas de la mujer que agoniza de cáncer y con ello revertir los efectos. Aunque, supongo, ella preferiría una bala.
No recuerdo cuántas lluvias en el mismo papel ajado, la tinta regada en andenes que daban justo a la misma puerta. No recuerdo si la mantarraya de truenos esmaltaba los cabellos negros de la medianoche. Pude, una sola vez, oler el corazón de una adolescente de nombre Natali.
He dejado el hospital, las palabras que como la espuma ceden ante la arena. He conquistado desde el calcio y las enzimas las torretas, los cruces de avenidas, el tedio que se filtra a contraluz en un coágulo de cromo y suena a The Cardigans.
Es, por siempre, el sonido del mar, el desasosiego y los sobresaltos de sangre lo que me hacen masticar la vida sin cerrar los ojos.
Resta beber un poco de vino por los que se quedan y pronto estarán muertos. Dios no da pistas sobre lo que somos, sólo sabemos servir platos de sopa inspirados en derechos, misericordias y amnistías.