Mis amigos
no fueron activistas
ni caminaban
con la verdad bajo el brazo
ni liberaron
tierras para padres ejemplares;
se detenían
a mirar casas de dos pisos,
hurgaban la
ropa sucia por unas monedas,
seguían el
imaginario rastro de sangre
del linebacker
Se
preocupación mayor, quizá, la desaparición
de las
abejas y los caballos salvajes y la gran pradera
Mis amigos
no fueron parte de una tenaz
oposición al
gobierno
ni
estudiaron en escuelas rurales
ni levantaron
una sola tormenta a nombre y honor de los caídos;
sembraron
donde la lluvia no cae para lavar las heridas
y nada se
asume como inquebrantable,
donde uno se
despide y permanece erguido como parte
del tedio
del horizonte y de vez en cuando se caminan las calles
y los
mástiles y los enorme navíos y lo hondo de las aguas
espantan los
pájaros de la tarde
Mis amigos
no gritaron consignas con sindicatos
de maestros –ese
millón de Mesías– en plazas
donde ellos,
jamás, fueron los muertos;
no asumieron
el ejercicio radical de redención
por el
prójimo
Su mayor
virtud es que fueron peleadores de barrio,
que se
enamoraron en las viejas estaciones de trenes de Osaka,
que están
muertos y son una isla en llamas
Luis Daniel
Pulido