Fuiste un pedacito de algo: unos latidos poderosos, una panza que era un oleaje bravo, tus ojos: promesas de viaje. Saliste de la nada, esa madrugada, bajo la luna con su continente de fuego, autopistas de estrellas fugaces. ¿De dónde saliste? Me seguiste, ladraste, te quejaste. Y te abracé y te llevé a casa. Se sabe, los humanos sentencian (son lejanas, ya, las funciones donde la ternura y la bondad permitían hacernos amigos de perritos de la calle, hablar con ellos, llevarlos a una cancha de futbol a que siguieran la pelota) por poder y dinero, únicas luces y sombras donde se reconocen vivos.
Luchaste dos días. Fuiste muy valiente. Supe hasta después, que ya no te levantaste, y te llevé al veterinario, que tenías cáncer. No sé cómo llegaste a mí, por qué me seguiste, si pensabas que te iba a salvar, si ya no tengo dinero ni espacio ni ganas de vivir… pero estuvimos juntos. Te enterré en el jardín, junto a Perrito Ryan, Larusso y Panchito… No supe cómo te llamabas, pero te puse Lola.
Hasta siempre, Lola, Lolita.
Luis Daniel Pulido