Los Motley Crue no hicieron rock preciosista,
sus terrenos de composición son áridos. Y la cartografía de sus discos tampoco
coincide con las dimensiones de las grandes bandas, las que seguro escuchan los
más cultos.
Los polvos de sus lodos son los polvos de mis
lodos, de cuando en la secundaria, aun sacando dieces, renuncié a la suma de
avatares, a la mórbida masa de generaciones y generaciones.
Con los años, eso sí, escuché más bandas, las
preciosistas, y leí libros que nunca hubiera leído. La cocaína me arropó con su
temperatura ambiente (ah) hasta que sudoroso y congestionado desperté en los
brazos de mi madre. Y escribí poesía.
La vida, ya limpio, te exige protagonismo y
publiqué libros. Y me reuní con las personas de aquéllos años. La niña más
bonita aún lo era, pero –como si hubiera estado por años encerrada en una mazmorra–
expuso temas elementales y palabras básicas. De los otros, se requirieron encender todas
las luces de la memoria para reconocerlos. Pero las apagué.
Yo sigo vivo. Mi madre murió. Y la soledad
tiene largas costas de playa que camino.
Y sólo perdí un ojo en la batalla.
Luis Daniel Pulido