Hace catorce años acompañé a una amiga al aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez, aunque está en Chiapa de Corzo, camino a ejidos y rancherías, a ras de pastos amarillos y de los encuadres con mis manos para memorizar cielos celestes, planos cortos, vacas pastando. Igual, me dicen, hago de lo feo algo bonito. No sé, han pasado catorce años. Pero es cierto que lo feo fue conocer a un joven de apellido Ulloa, amigo de mi amiga, que se acercó a saludarla. A mí ni me peló. El joven Ulloa traía consigo un libro, una biografía, de muchas que hay, de Emiliano Zapata. Yo escuchaba a Eric Clapton. El joven Ulloa, luchador social, de esos que dan de beber en su ancho pecho a animales salvajes en Uganda, el Amazonas, Bolivia, y parecieran estar siempre enojados… conmigo, pues escuchaba música “yanqui”, escupía hacia arriba su soberbia. Con mi amiga actuaba diferente, y más que como Zapata actuaba como Mauricio Garcés: más que “tierra y libertad”, “arroz, las traiga muertas”. El joven Ulloa habló de justicia, obvio; de derrocar al mal gobierno, obvio; de “primero los pobres”, obvio. Y su seguridad contagiaba, como aquello que escribió Ernesto Sábato: “el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”. Quise saludarlo, pero me ignoró. O no tanto: vio con desprecio mi playera con logo de Iron Maiden. Mi amiga habló maravillas del joven Ulloa, que caminaba, seguro, a tomar su avión a Toluca, capital del Estado de México. Y se fue. Mi amiga, dijo, como un susurro, que hoy me parece macabro, algo así de construir “frentes de liberación socialistas”, animada desde su corazón de apenas veintiún años. Seis años después de ese evento en el aeropuerto, vi otra vez al joven Ulloa en una nota de La Jornada, liderando invasiones de terrenos. Diez años después, el joven Ulloa ya era un líder de un frente campesino, y tenía una fortuna en bienes inmuebles y apoyos del gobierno a “proyectos” para abatir la pobreza. Lo supe porque mi amiga se hizo su novia, que leía, con devoción, Pancho Villa: una biografía narrativa, obvio, de Paco Ignacio Taibo 2. Ayer me acordé de ellos porque, muy cerca de donde vivo, después de un enfrentamiento a balazos, y donde murieron, según su dicotomía, los malos, que las ideologías no abaten el rezago ni la pobreza, viven de ellas.
Luis Daniel Pulido