El
portero no sabe poner el oído en la tierra. No lo necesita para escuchar el
tránsito de personas, el río que se desdobla al otro extremo, la moneda y su
puerto de sueños: la riqueza.
El portero
no termina su papel en el terreno de juego, ajusta las melodías de vuelo, los
matices del lance, menciona con honor al autor de la simbiosis: el delantero.
El
portero –peninsular y desterrado, sobresale de los reinos de las sombras de la
estrategia. Ataja y despeja hacia los hijos naturales de la Historia: los que
hacen posible el juego.
El
portero tiene un pequeño jardín en el pecho: igual sale de ahí un hijo muerto o
el hosco pájaro de la tristeza.
A su
enorme figura no la mecen las olas de la derrota ni de la victoria.
Honor
y respeto.
Luis
Daniel Pulido