Con
mi mamá –siendo yo un niño– pasábamos por alto
los buenos
hábitos en la mesa;
no importaba,
por ejemplo, la transición entre bocado,
agua,
respirar, ir por otra pieza, morderla;
íbamos
directo a la suspicacia: ¿Le faltó sal? ¿La cocción bajó a 5.5?
¿La
ensalada carece de investidura para el príncipe de Gales?
Con
mi mamá –siendo yo un niño– mirábamos películas
de primera
mano: El Santo, Blue Demon, Sean Connery,
El Charro
Negro; y con V de Vendetta y con V de vaca
y con
V de viruela
Con
mi mamá –siendo yo un niño– conocimos, íntegra,
una familia
de espíritus,
clasificamos
insectos, aves, plantas y tuvimos un patito
que alimentamos,
que dejamos durmiera en la cama
y
que engordó y que matamos y fue la rica cena de Navidad
Con
mi mamá –siendo yo un niño– incendiamos barcos
y vimos
futbol mexicano, de Europa, de todos lados;
me enseñó
a fumar, a beber fuerte, a devolver los golpes,
a
pararme en la portería como los porteros grandes
Mi
mamá y yo siempre estuvimos solos,
sin más
hijos –aunque los tuvo–,
sin más
hermanos –aunque los tengo–,
hasta
el último día que llegaron por tus cosas,
que limpiaron
tu cama porque ya no estabas
Caen
aviones uno tras otro
Luis
Daniel Pulido