En el cuarto ya no
hay latas de cervezas,
ni el largo cristal
con rayas de cocaína para los amigos:
está el trigo
luminiscente en el césped;
está Dios, o imagino
que está Dios,
con su arco de
serpientes en la cabeza;
está la luz y su
ramaje que va de puntillas,
ronronea en las
paredes,
en la punta de un
relámpago de tinta
que nos salpica:
el silencio y sus
espinas,
la marea que baja y
deja ver
la tierra agrietada
de rostros
que fueron de carne
y hueso
Están los
espantapájaros que se doblan con la lluvia,
las campanas que despliegan
su umbral de frutos muertos,
el silencio como un
cuarto lleno de espejos
Luis Daniel Pulido