A
ella se le murió su gato,
un
gato chabacano, perezoso,
sin
virajes drásticos: una bola de pelos
Y
ella lloró y lloró mucho:
que
si una caja de zapatos
para
el cuerpo,
un
hoyo bien hondo en el patio
y
cal para su Daimon:
la
lucecita que oscurece
Y
quise decirle unas palabras:
lo
siento, parece que va a llover,
le
puse una carga de cien pesos
a tu
teléfono; ya saben, frases sueltas
a
manera de suavizar la pérdida
No
iba a escribir un ensayo
sobre
“gatos-existencia-muerte repentina”;
no iba
a evocar Tarebintos de Provenza,
un
poema de Machado,
una
cita rimbombante sobre paraísos
posibles
para un gato –el único quizá–
que
no tuvo siete vidas
Bastó
un camión cargado de muebles
para
partirle la cabeza
Luis
Daniel Pulido