de nuevo en el lobby del hotel,
decirte al oído cosas suaves e inolvidables:
tierra de huertos que dan frutos como balas
entre ceja y ceja o perdices de las que se reparten
en bodas donde –dice el dicho- se comen para vivir felices
Es sábado y en una de esas decides ser rubia
o tatuarte en la pierna un reloj de cohetes de fiesta;
y yo, audaz y persistente, me deslizo entre el resplandor
que estalla para levantar en trastecitos la fiesta de tu piel
y beber el agua en su sonido más íntimo: sin dioses,
espadas o mercaderes
Es sábado y beso tu boca
y no sé si la luz se apaga
o una galaxia se derrumba
a mi espalda