Para Mónica y Lucía, por su próxima participación en escena
Hubo un tiempo –en algún lugar de mi imaginación, y no como el último horizonte de la especie humana– que estudiaba en la mejor prepa del mundo. Preservaba mi territorio, mi planeta, mi isla desierta, el silencio y su recorrido abierto: la luz del sol entre los árboles y las lindas muchachas en eso que llamaban “materias extraescolares”. El lugar existe y tiene nombre: Tec Regional. Pero lo que recuerdo –como la poesía y su luz, ocurre por dentro. Era esto un tren sin destino, un barco naufragando en el mismo sitio: en el agua, el tiempo y los espejos.
Pasaron más de treinta años para regresar a la mejor prepa del mundo. Y no fue jugando futbol. Pude, por fin, conocer a la estudiante noruega que no hablaba español. Y lee libros. Y es actriz. Y es mamá. Y tiene lindos hijos. Y sí habla español. Y no es de Noruega. Y se llama Mónica Corzo. Y ahora somos amigos. Y también pude conocer a Lucía Zambrano, con todo su talento y energía. Y su memoria –imagen de una casa en la playa donde cita a autores y hace yoga e ilumina la noche cuando se enamora, cuando se enoja, cuando dice que ya no puede, cuando abre su corazón en las redes sociales y termina cantando algo de pop de los ochenta y vuelve a ser ella, echada para adelante. Acá nadie se rinde. Por eso esta celebración de la memoria y el London Calling de The Clash y las largas jardineras donde cruzamos caminos y yo simulaba ver hacia otra parte.
Luis Daniel Pulido