A veces das mordiditas a la nada, a objetos o sueños, o sonidos: a la mano que te da comida. Y acaricio tu cabeza, suave, para que entiendas que nada te remitirá a la caja estrecha de los ciegos mientras viva, mientras en pleno desierto encontremos, juntos, agua con su ración de estrellas y pequeños pajaritos de un tiempo ido picoteando hongos nucleares para salvar el mundo.
Que sobreviviremos al guetto de Hebrón, a los viejos rituales de los brujos danzantes, a la noche más larga, a las carreteras desérticas, cuando nos quiten las palabras, cuando no quede más que acurrucarme y acomodarme a tu lado y más allá de nosotros, este pequeño pueblo maledicente, se hunda en sus propios abismos, piedras que ya no estarán en nuestro camino.
Ven, gatito, guíame hasta mi hermano y mi madre.
Luis Daniel Pulido