Que has envejecido, me dices;
que mire tus manos que mire tus ojos
y tu pecho y tus brazos y de lo que van
Las guerras desproporcionadas
y la calcomanía de lo que fue el futbol americano
Que vea cómo tus ojos se entristecen
—al carajo San Agustín y las iglesias
y las piedras sagradas y las multitudinarias protestas—
al atardecer,
cuando el dolor más insoportable no logra callar
un estadio de 50 000 espectadores,
el emblemático anfiteatro de los domingos,
el sopor de las periferias de los canales
deportivos
Que has envejecido y con ello la belleza, me dices,
mientras cierras el libro que lees porque jamás estarás
lista para debatir,
eres sólo la estrella de un desierto
al que llamas “guía práctica para esas preguntas
que te haces en las noches”
Y te acuestas y yo te digo
que eres la mujer más bella del universo
Y te duermes
Y me duermo
Y, por fin, Dios se olvida de nosotros
Luis Daniel Pulido
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