Quiero agradecer a mis amigos, a los que lo eran y los que conocí ese día, cuando el buen Gaby me invitó a jugar, de nuevo, con Chamulas Powers. Y no fue porque antes no hubiera querido, sino porque estaba perdido, a veces quitando la corteza a las heridas de mi niñez, sangrando de nuevo, en otras luchando contra los años de historia de un país que ya avistaba su rapiña nacionalista, pero lo más grave: contra ese gigante de polvo blanco, la cocaína. Regresé como el ave fénix, cuestionando la reproducción social de la vida, que premia y asesina, caminé las calles como lo hacen los jóvenes, pastel y acrílico sobre papel, graffiti, fanzine, el puño arriba. Jóvenes. Nunca olvidé las canchas, los territorios desplazados por la guerra de la rehabilitación, las sesiones –el uno a uno– con niños abusados sexualmente, el pasado y el silencio, hasta el grito más fuerte en la noche más oscura. Enojado escribí libros, enojado escribí contra el gobierno, enojado leí en público, enojado grité contra los militares, enojado grité contra los cobardes poetas locales. Había perdido un ojo, estaba quedándome ciego. Y solo –sin público ni disidentes ni maestros– volví a las canchas, un basurero. Y fui la burla. Alguien grabó esos juegos. Lo subieron a redes sociales. Me localiza Gaby. En un mes habría un juego, una reunión de los multicampeones Chamulas Powers, y que era parte de esa historia. Y entrené y entrené y entrené y entrené y entrené. Entrené. La cita: el Tec de Monterrey. Qué feliz fui. Después vino la pandemia y los secuestros y este país con sus terribles prácticas, sus dramáticas escenas y no volví a verlos. Agradecerles no es suficiente, a pesar de que hasta escribimos un libro: Escribir, porterear, con apoyo de mi querida amiga de la prepa: Mónica Corzo. Quisiera decirles cuánto los quiero y sé que siempre estaré corto. Los quiero.
Ya no podré volver a jugar con ustedes porque he perdido la visión periférica del único ojo que me mantenía en la batalla, mi eterno compañero, con el que espiaba el mundo y con el que esperaba a ese montón de niños para salir a jugar futbol, se apaga, es una tortuguita que regresa al mar…
Y todo se ha vuelto triste.
Luis Daniel Pulido