Para
mi amiga Mónica Corzo Aguirre
Y pasaron muchos años. Hubo
sistemas económicos que conocimos —y enfrentamos— en libros y plazas. El sol por las tardes
te hacía ver más bonita. No te lo dije, había muchos discos de rock y un juego
pendiente en el campo de tierra en la parte de atrás de la prepa. Pero lo más
seguro es que no había desmontado los espejismos del lenguaje académico, estaba
presionado por las buenas calificaciones y la forma (eso me dijeron) horrible de
mis ojos. Y corrí a la portería y ahí me quedé, rayando mapas a donde moverme
con los pies, a islas donde peleaba con enormes tigres de Bengala.
Nunca platicamos y ayer lo
hicimos y fue como si lo hubiéramos hecho años, siglos, barcos navegados,
juegos con el Tec, aguas de mandarina y tamarindo compartidas en la fondita
improvisada de la señora que todos llamábamos “La Tía”.
El Tec, ayer, estuvo con
nosotros, con su tertulia, amigos comunes, amores perdidos, la canchita de básquet,
nuestros entrenadores (William Maldonado y el profe Pancho), la cafetería como
el lugar más saludable, los posters de bandas de rock, mi amigo Miguel Bolaños,
tu amiga Lucía Zambrano.
Y viajamos por carretera y
refrendamos nuestra amistad pendiente por esas cosas que tienen las máquinas
del tiempo, las luciérnagas al otro lado del mundo, los cables de los audífonos
que al primer jalón se rompen.
Hoy el soundtrack sigue
vigente. Un libro de poesía lo avala.
“Un avión, anoche, aterrizó de
Los Ángeles…”, escucho y cierro los ojos y los abro y apareces, sentadita, en
mi mesa.
Y empiezo a leerte.
Luis Daniel Pulido