Estaba –eso creo– terminando de escribir un libro, analizando las condiciones extraliterarias que acompañan ese proceso: el alba a veces se mezcla con la oscuridad de un día lluvioso; o el impulso místico, quizá, se reduce a meras coincidencias: un amor que reaparece, una persona que te reconoce: “eres un gran portero”.
El elogio es una pendiente resbaladiza y a veces me tiro en ella. A los encuentros, los ecos, las correspondencias. No creo que haya gran diferencia entre ser una estrella del soccer y escribir un poema, en ambos se busca el aire puro de los bulevares solitarios de la noche; porque las victorias se trabajan, se pulen, se logran y son las luces intermitentes de la madrugada las únicas que te acompañarán hasta el final de tu vida.
Sí: escribir con los obligados puertos de escala en la geografía académica; porterear –pájaro al sol a las ocho de la mañana en el campo de La Salle.
Extraño la lluvia y el breve silencio previo a que empiece el juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario