viernes, 21 de agosto de 2020

QUE LA PALABRA SEA LA LUZ QUE SE CUELA BAJO LA PUERTA

 

Me han pedido mi opinión, un poema, una crónica sobre la pandemia. Ir al centro de las cosas, o acercarme, o dispersar los dados sobre etimologías o vaya a usted a saber qué quieran.

No apuesto –nunca lo he hecho– a las sendas iluminadoras, a poner al servicio de las certezas el ejercicio poético. Me importa observar la hoja que se desprende del árbol hasta el final de su caída, la bengala que ilumina –otra vez– el fallido regreso a casa, el barquito de papel que se lleva la lluvia después de la tormenta.

La pandemia, como la cola ominosa de la ballena que choca contra el agua del mar, arroja a unos a la orilla y a otros al fondo enfangado de algo que llaman comorbilidad, esa ruin pirámide de enfermedades que no da para heroísmos. Ni un libro, Moby Dick, como paréntesis.

Soy, pues, un tipo egoísta. Concedo a los periodistas las dimensiones del imperio pandémico y sus provincias, los burdeles de su protagonismo. Concedo a los poetas –que ya se repliegan en busca de premios– los incendiarios jinetes del apocalipsis.

Pero que Dios –que siempre ocupa un lugar envidiable en todas las historias– eso sí: bendiga y cuide a los hombres y las mujeres que no han dejado de llevar el pan a su mesa.

 Que así sea.

 Luis Daniel Pulido

 Foto: Arthur H. Fellig (Weegee)


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