Ayer, apenas, aquellos niños con los que crecí dejaron de ser los X-Men. Las niñas que se levantaban la falda dejaron de cubrirse el rostro y me dijeron sus nombres y número de móvil. La revolución, que suma ya un buen de registros de huellas dactilares para que no seamos infelices y en una de esas el IFE te confunda con un muerto, ahora es un viejo confundido, angustiado y timorato.
Ayer, apenas, mis amigos dejaron de soñar y renunciaron a ser esos niños que todo lo pueden. No más Spider Man ni irlandeses en el Ulster, reinos paralelos y el bar de malteadas que bautizamos como el “Saint Vincent’s”.
Hemos crecido y a veces olvidamos maletines llenos de registros de oficinas en el asiento trasero de un taxi. Renovamos ímpetus en el caos de las correspondencias y las suscripciones y reformulamos nuestras viejas teorías sobre el origen del universo mientras llegamos al próximo aeropuerto.
La niñez es una retina devastada que hurga en sus interiores blancos y grises, un torero que se desangra, un arete en el lóbulo izquierdo, urbanizaciones sonoras con Eleanor Rigby, un barquito de papel mal hecho.
Ayer dije adiós a mis amigos e inmediatamente escuché como crujían las ramas de los árboles; vi, también, que el pájaro de nieve en mi hombro desaparecía de su hemisferio azul y glacial mientras reservaba una mesa a nombre del hombre importante que soy, denominado así por la casualidad y un poeta mal intencionado orgulloso de su particular vanguardia maya.
Ayer mis amigos se convirtieron en adultos y se descoprometieron de los cómics para reclamar una historia propia a golpe de timón y cicatrices que arrojan un montón de sonrisas falsas a las avenidas.
Me queda poco, me queda tu nombre que me obliga a acariciar tu cabello como quien busca restaurantes en autopistas, y porque te quiero y eso es para mí la verdadera autonomía del arte y no la que me exige mi vecino, “el artista” (mezcla del Rey de Kenia y maestro budista Zen)
Y empezamos a fumar, a plantearnos el proceso de selección para escoger a qué marca le apostaremos nuestro prestigio (ya sabes, quiero tocar una Fender Stratoscaster con un cigarro en la boca)
Porque, y eso es lo único que sé, el tren eléctrico, el caballito de balancín y el pandero dejaron de ser objetos para ser atajos que me acercan a lo único que deseo: morir en los brazos de esa niña que persiste en tener un huerto de manzanas en la cadera.
6 comentarios:
Adoradísimo cabrón, no importa que ya no me escribas nada, te voy a a cosar como Glen Close en Atracción Fatal
Besototes tronados
Estimado Luis Daniel, siga adelante y no se me deprima (que solemnidad)
te quiero
No importa, que para eso soy tu Michael Douglas
ya no estoy triste porque hoy comí mis tacos de cochito
besos
Mi estimado Luis Daniel, un placer leerlo. Espero no se exceda en estos días de fiestas y regrese con nuevos bríos para beneficio de sus lectores.
Un abrazo regio
Qué onda, mi buen Luis. Todo en órden por acá. Espero que Usted también ande de amores por allá y me mande fotos de la musa.
Un abrazo
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