Un día cualquiera, ustedes saben, que jugaba a ser Jesse James y comía panecillos recién horneados, mi corazón se apretó contra los cristales del amor a velocidades propias del sonido.
-Estás enamorado- me dijeron
Pero han pasado tantos años que el Viejo Oeste es un cactus de utilería, espantoso formato VHS, cartuchos sedentarios de un Attary sin tele.
Quise decirte –te quiero- pero me operaron para ponerme un marcapasos.
Algo falló. Este es mi epitafio.
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