Entrañable Leti:
Me duele mi dedito. Después de que me chutaran a gol y esto rebasara las medidas de combate consideradas, tuve que hacer un esfuerzo extra. El hecho de ser el mejor no garantiza que el de enfrente no haga hasta lo imposible por anotarme. La demanda me hizo, de nuevo, un héroe.
La saqué del ángulo y el mérito tronó mi dedito. Me duele. Lo primero que hice fue chuparlo pero el médico del equipo me gritó: ¡Cochino! El médico sacó de su maleta un spray con categorías de frío bien definidas: medio frío, frío, bien frío. El dedito quedó escarchado. Cuando le puse un trapito se parecía a tu abuelito. Ahora no sé si decirte si me duele mi dedito, o me duele tu abuelito. Pero me duele.
Los porteros algunas veces tenemos el corazón en los dedos. El médico, traumatólogo y no cardiólogo, viene cada dos días porque le colocó dos tablitas. El dedito quedó derechito, derechito.
Cuando llueve y te extraño, el dedito hace más grande las posibilidades mágicas de la lluvia: en los cristales empañados te escribo —con el dedito— hasta cinco cartas.
La lluvia es mi laptop.
En Chiapas la lluvia es una suerte postal que ata sus palabras a deditos fracturados por el amor, la vida, la distancia.
Cuando anochece, mi dedito se echa a cuestas su vendita, regresa a su lugar bajo las sábanas y se extiende al sueño que viene desde líneas arriba.
Y se me cierran, se me cierran los ojos.
Te extraño.
Desde Pulidín City.
El portero.
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