Debe tener la mirada triste
y ha de dibujar delfines
en la arena revuelta
de esas tardes de verano,
comiéndose un helado,
mordiéndose las uñas,
buscando un ave extraviada en el horizonte.
A las cinco de la tarde
sobre la piel de sus manos,
una ballena blanca.
A las siete
un terrón de azúcar
en su café con leche.
A las ocho
un cometa por el tragaluz,
la luna como una luz de bengala
y las estrellas como pequitas en su pecho.
Debe tener la mirada triste.
Su voz sin timón naufraga en mi habitación,
y al rozar mis labios un beso de luciérnagas
también es un chubasco de lágrimas.
La nostalgia es sólo causa del mal tiempo.
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