Cada vez salgo menos –el viejo mundo se petrificó en bibliotecas espectaculares, en Eurípides, Esquilo, en las paredes, en exalumnos de una escuela global, en lo único que queda: ventanas sucias, abiertas, rotas. Un perro ladra.
Me reconozco en el espejo: está la mueca de viejo sheriff, ese tic incontrolable que me avergüenza, el ojo que se desvía y sus ecos oscuros, su festín de sombras y su danza de coágulos secos.
A veces me retuerzo por una descarga cerebral, tiemblo pero no pierdo los espacios, los agentes, el fuego de donde estoy sentado, las gotas de cerveza ancladas en mis labios, sumando a lo que se habla, a esos ordenadores cuánticos de una región: Villaflores. El verso.
No hay nada que se pueda hacer por mi salud. Por la soledad. Ni por el planeta. Reconozco que siento mucha vergüenza, que odio los espejos. Que salgo poco.
Y sin embargo… acá estoy, comiendo medallones de res, una pasta riquísima, y un pastel con un mensaje: Feliz cumpleaños, Miguel. Miguel Carballo.
Luis Daniel Pulido
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