Los domingos no son lo mismo para mí desde hace años,
no me levanto temprano para ver los juegos de La Premier,
no hay sueños ni desiertos terrosos ni un Borges en huesos,
Chernobyl en los ojos rojos de un anciano,
concilios con su nube de cohetes asustando
a un montón de perros abandonados
Me hacen falta amigos que hablen de cómics y laberintos,
que citen como si el mundo fuera el último resquicio de lo humano;
amigos que manotean y como si tuvieran palas simulan abrir túneles,
un mar abierto, la luz del rayo, y se quedan sin palabras
ante la ranita muerta, la luciérnaga, el barco a la deriva,
el hombre invisible
Abro una bolsa de papas y me siento en el sillón
a sabiendas que los toros de lidia –como los dinosaurios– van a desaparecer;
y los grandes momentos cinematográficos, las canchas de lodo,
las asambleas ejidales, los poetas del heavy metal,
los burritos de Kentucky, Tom Waits, los niños que ruedan
en las pendientes, yo –y este poema
No alcancé a darle una aspirina a Chris Cornell
Luis Daniel Pulido
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