jueves, 13 de noviembre de 2008

COYOACÁN, UNDERCOVER




Hoy desperté lejos de casa. No me cuesta nada imaginar que en unas horas estaré dándole de palos a las facturas traslúcidas de hoteles que disparan al aire y ajustan cuentas mientras mis ojos desnudan a las camareras tarareando Ruby Tuesday.

Lejos de casa por una razón: un lunar de sangre en un pómulo o una nalga puede ser el taconeo de una madre que te reclama, te busca y te grita rumbo al estacionamiento: -¡Hijo, hijo mío!

Las ciudades grandes tardan minutos en reconocernos como hijos suyos, instantes donde un malherido no alcanza el auricular y se desangra y dibuja en su boca una mueca retorcida que nadie encontrará porque corre como una araña a arrinconarse detrás de la tele.

La vida: sol, álamo, relámpago, derrota, fuga, graffiti, disposición, capricho, revólver, centro comercial, zozobra, muerte chiquita, resurrección, televisión por cable, colillas de cigarros, humo, pan, misterio, resurrección, cocaína, automovilistas rabiosos, sangre en las manos, luces parpadeantes, luna ascendente, frazadas de sudor por lo que somos: escorpiones de orgasmos.

Lejos de casa y con altoparlantes donde anuncio mis crímenes recientes, y con ello la nafta y el dinosaurio prehistórico sin cabeza a causa de que la plastilina con el paso de los años es también signo de tantas equivocaciones.

Es evidente que al hablar de la familia lo inadvertido por años fue lo subversivo, la desconfianza instintiva que desarrolló en mí habilidades como las de quitar los tornillos de presión a los usos planos de mi violencia escolar, a cambiar los dogmas cristianos por el resplandor debajo de una falda donde todos los hombres se buscan (y se encuentran) vivos o muertos.


Bebí cerveza, recordé el desprecio fácil y puse valor a mi barrio humilde: una cajetilla de cigarros.

No nacemos cargados de vísperas, pero sí de geografías extrañas; por eso no acuso a nadie. Nada mejor que las máquinas inhabitadas del rock a partir de la incertidumbre y elegir libremente los caminos de la perdición. Una vez salvada la orfandad podemos –con una excelente introducción- tomar la vía más segura para escribir un buen poema y medir, en términos de velocidad, el bienestar que produce viajar por carretera.

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