A Lupita Moreno Corzo
1
No sé si fue mi guiño de vaquero, los patitos que me hacen cejijunto a la hora de enamorarme, quizá mi olor a pay helado. O esta mirada de bandido, la única sombra que sin sobresaltos me erige en tu espejo como un gigante. El mendrugo de pan y los centenares de migas respecto a una alacena en tinieblas y vacía. Yo digo que son tus ojos.
2
No fue el primer juguete de guerra, pero mi revolver lo recorté de una gaceta de Mc Allen. Disparo en defensa propia, espero la segunda tanda de noticias y me aseguro que sean para ti todos mis botines en dólares.
3
No sé si fue esta mirada a la Ian Anderson, mi playera del Milán, mis piernas sambitas, un poco mi parte de gentleman británico, otro poco las Confederaciones de tu balcón con las puertas abiertas. Pienso que esa cafetería, donde coinciden ladies y cowboys, tiene también cierto aire neoyorquino: los duendes comen setas, las hadas cuentan los billetes grandes y tú cantas Procul Harum, Fleetwood Mac y fumas habanos y bailas el cha cha chá.
4
Yo, bandido, desde que te conozco tengo muchas cartas que abrir bajo el estío del whisky y los alfiles postales. No sé si fueron mis caballos de trigo, esa noche cuando la luna nos sorprendió por su extensión sobre el río Missisipi.
5
Y sigues de pie en una de mis costillas, tan bonita, sosteniendo un paraguas bajo la lluvia como en un cartoon japonés. Por eso los conceptos del Bien y del Mal hacen de un beso una caricia reticente, el jaque mate que nos reconforta en el tablero de ajedrez, un hombre y una mujer contando los pasos en un duelo a muerte, un vaquero que cede y pone su corazón de frente.
Anda, dispara, mi bellísima Lupita.
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