(Ucronía a partir de una lectura del Iching)
Los puentes vacacionales, entendámoslo así, son accidentes de un proyecto de país, una tiendita de dulces regionales, el reconocimiento territorial que da fe de playas y exquisitos catálogos de comida y cervezas.
En estos días definimos si de verdad nos gustan los tamales de elote bañados en rompope o en un acto de audacia –no de ocurrencia- pedimos al mismo tiempo uno de cambray, por lo que la cocina chiapaneca nos hace comilones biplaza.
El sábado, por ejemplo, me enteré de que mi mamá admira al extraordinario portero del Pachuca, Miguel Calero, y que el síndrome de mi desfasada edad emocional me descubría a los ojos de Lupita
-Si eres el pinche bebé dinosaurio, cómo que no- me dijo
Y ahí estaba, con mi bandera de México, mirando al piso, bajo la lluvia, sin ningún caramelo y el platito y los cubiertos de plástico vacíos sorteando la fuerza del viento.
Como si agregara dos aceitunas a un martini seco, Lupita me platicó de la antigua sabiduría china. Y mientras la gente cantaba el himno a Chiapas, en otro lugar, en una cafetería, en una pequeña mesita, el niño que fui saqueaba los panes y peces que Lupita disfrazaba de monedas.
En los años 80, le decía a manera de que no me descubriera, coleccionaba cascos de los equipos de la NFL que conseguía en Danesa 33. Cinco minutos después de esta confesión y entre estimaciones y previsiones económicas, Lupita y yo nos subíamos a un barco pirata rumbo al Caribe. En casa, mi mamá celebraba el quinto gol del Pachuca a las Chivas.
El tema desde esos días no han sido nacionalismos, arraigos o idiosincrasias sino qué disco pediremos nos grabe el poeta Lalo Hidalgo, ese muchacho bilingüe que no sólo artícula teorías spaninglish, también multiplica los tacos de carnitas y discografías de las más importantes bandas de rock.
Los puentes, los días de asueto se terminan, pero yo aún no termino de repartir postales donde se lee “este es el cielo más azul de Chiapas”.
Para despistar a “los malos” Lupita dijo que viajaría a Tapachula, y yo mandé mails donde informaba que iría a visitar a un tío a Orizaba. En Pachuca el entrenador de las Chivas presentaba su renuncia y mi mamá me escribía una carta:
Querido hijo:
En los cruceros hay suficiente calamar y langostinos para encargar niños. Espero no dejes en mal el nombre de tu padre, que era muy bueno. Besos.
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