A Mónica
Estaba en casa, en un descanso —un cardumen de salmones me hacía sombra y bebía café, a veces agua, a veces nada. Escuchaba a Joy División, escuchaba a Nick Cave & The Bad Seeds, escuchaba las obras más grandes del siglo veinte. Un libro abierto con subrayados —esas que eran islas ajenas y que ahora son mías— yace rendido sobre la piedra. La transcripción ya fue, el mail ya fue, pero el pago no llega. Reviso mi celular, luces de neón de comercios que no dejan de sonar, avisándote de su nueva oferta. Acerco mis ojos a los buscapiés de música ligera. No todo es capitalismo. Hay un mensaje de Mónica desde Noruega –los picos de luz en el mar son más intensos, mi reloj se detiene, del trino de un pájaro sale un dinosaurio, lo dibujo con mi dedo. Dice que soñó con un libro mío que presentaba en una playa de arena blanca, un libro ilustrado donde mis poemas se deslizaban entre las líneas de los dibujos, con el mar de fondo y donde sólo escuchábamos las olas. Y abordé el infinito, el reloj echó a andar su mecanismo, la corriente eléctrica hizo de lecho a lo que escribo, rebosante de barcos y manantiales. En algún momento tendré que despertar. Y lo haré mañana.
Luis Daniel Pulido
Foto: Nohelí Morales
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