martes, 4 de marzo de 2014

EL OTRO SPIDER MAN (EL ORIGEN DE CHINCHO)*



Para la actriz Chulpán Khamatova, que sabe de mí por mis barquitos y porque protege a niños como yo

Dicen que tengo los ojos grandes, y me gusta tener los ojos grandes. Mi nombre, no importa; decirlo me provoca ansiedad pues quisiera ser otro, pero eso sí, conservar mis ojos grandes ya que eso me permite estar alerta. No creo en nadie, sólo en mi mamá y dicen que sí, tengo hermanos mayores que yo, pero no los extraño y mucho menos los quiero. No sé si tengo un lugar de origen, una ciudad en 3D, si debo aprenderme nombres de héroes nacionales, si un caramelo sigue costando un peso y si George Lucas me contestó la carta donde le pedía un Chewbacca con muchas carrilleras; sé que tengo un expediente de 420 páginas, una terapeuta a la que le brinca un párpado –el derecho– cuando me pide que hable, que cuente por qué he decidido no hablar, no expresarme si no es con textos, dibujitos y mi superhéroe favorito: El Sorprendente Hombre Araña.

     Y la escucho, pero me invento mis propios mecanismos de conversación: ella habla, yo parpadeo o escribo Led Zeppelin Helado Sprite Futbol Me gusta esa niña No lo sabe Qué importa.

     No hablar –y que según y debido a cuestiones de diagnóstico– es triste y malo, no me interesa ¿Por qué esa insistencia de querer que uno hable de lo que duele y molesta? Yo he golpeado a muchas personas y no voy a la escuela, estudio en casa y leo y escribo historias. Quizá, y lo he pensado, hablaría con Guillermo Del Toro, Tom Brady, Lio Messi, Héctor Miguel Zelada.

     ¿Qué cómo empezó todo esto? Pues como suelen pasar las cosas malas: ser el más pequeño en un grupo de adultos en una noche donde mis hermanos me presentaban como “mi hermanito”, y yo sin poder contradecirlos “no, no, no, que soy el Sorprendente Hombre Araña; qué, no se los he dicho”.

     Una fogata, la playa, la luna llena, la arena, cervezas, marihuana, “el hermanito”. Y el cansancio, el aburrimiento, la oscuridad, y mis ojos que se cierran y la piel sudorosa y caliente de un hombre que dice ser mi amigo y que se restriega en mi espalda. Es un sueño, pienso. Y efectivamente, es un sueño que arde, quema, se incendia y no se hace ceniza. Un sueño que no me permite crecer, un sueño que me orilla a buscar otras playas, un lugar donde vivir sin miedo, un planeta rocoso que me permita ser un Alien carnívoro, o estar en otra parte donde no exista la noche ni hombres sudorosos que te tomen por la espalda y despiertes en el reino de la devastación, la tristeza y la vergüenza.

     No, yo no siembro flores y no creo en la amistad y no me conmueve leer El Principito. Al carajo El Principito.

    No quiero hablar, y sólo pido que se respete mi oficio: deslizarme entre enormes rascacielos en Nueva York.

     Hoy tengo cuarenta años y actúo como un niño violento de ocho años. He consumido todas las drogas que pude y perdí la visión de mi ojo izquierdo, pero tengo un lugar especial a donde ir cuando me siento triste; es una tienda con cristales enormes y donde mis ojos grandes me permiten ver a mi proyecto de novia.

     A veces, con mis superpoderes, puedo estar a su lado sin que ella se dé cuenta y cuando llueve, me consigo gabardina y sombrilla y le ayudo a caminar por la ciudad, y es cuando pienso que sí, sí tengo un chance de no vivir avergonzado y que el PacMan no ha pasado de moda y que los hombres sudorosos y que te toman por la espalda y te lastiman no tienen una Máquina del Tiempo como la que yo tengo.

     Sin embargo algunas veces –me sigue pasando– soy violento y cruel, pero cada vez que pasa voy descubriendo trucos para no hacerlo; el último: comprar muchas pastillas de menta y soplar los cristales de la tienda y decirle a mi proyecto de novia “mira, estás en Nevada”.

     Tengo cuarenta años y aquel niño de ocho años llora conmigo.

     Tengo cuarenta años y mi nombre no importa; dime “Sorprendente y valiente Hombre Araña”.

Luis Daniel Pulido

 * Este texto fue parte de la campaña en contra del abuso sexual infantil.


No hay comentarios: