jueves, 19 de febrero de 2009

HOMBRE DE FAMILIA

En la foto: Anita Pulido Rull, desde Harvard
Para Marco Pulido, por todo lo que me cuenta de mi papá.

Quiero que conozcan a mi familia. Mi esposa es alta, alta y de sus largos, largos cabellos desenredo fantasmas traviesos con olor a caramelos. Para que no lo confunda con el mar se lo pinta de rojo.
Tiene unos ojos grandes, grandes que cuando llora se forman grandes Imperios. Por supuesto que en esos días soy el más triste de los conquistadores.

Mi esposa es bellísima, que le basta un ademán para verla llena de flores cuando todos duermen y la luna se refleja en el agua con su traje de marinero anaranjado.

Mi esposa, después de tener dos lindos hijos, esconde su pancita con un vestido azul que da al balcón. Dice que hará dieta, pero yo le digo que es imposible borrar la línea del mar.

Mi esposa es alta, alta y tiene unas manos tan bonitas que incluyen boletos gratis al acuario de letras.

Mi esposa alisa el papel donde mis hijos, Selma y Daniel, dibujan planetas de canelones. Selma es la niña, usa lentes de agua y margaritas, parpadea mucho y al hacerlo suena como un pandero. Me dice papá con ese lenguaje de cucurucho lleno de garapiñados. Me dice papá muchas veces.

Daniel es el niño y tiene una mirada de avión que sobrevuela las cosas. Su corazón lleno de impulsos violentos asusta a su mamá. Supongo que son los mecanismos de la vida que se pliegan por un momento en sus tres años recién cumplidos. Mi esposa dice que ojalá no sea un terremoto como yo.

Tanto Selma y Daniel gustan de buscar tesoros en el fondo del mar, ese mar de papel crepé que su mamá conserva de sus talleres de teatro para niños. A mí me encanta verlos correr entre castillos y armaduras, comernos juntos los dragones de azúcar y gritar al mismo tiempo con ellos ¡Qué bonita es tu pancita, mamá!

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