He sido un niño con pocos amigos. Recuerdo que mi primer oficio no fue futbolista sino alfarero. Mamá quería que fuera piloto o capitán de un barco, por eso voceaba cada mañana mis éxitos: ¡Chincho dijo una nueva palabra! Hacía muñequitos de plastilina que dejaba toda la noche en el patio para ver cómo el rocío se acumulaba en cada figura todas las mañanas. Pensaba: el sol es el lugar más silencioso. Arde por igual en andenes que en corredores de agua. El sol me pone la nariz roja. El sol, cuando camina, da la impresión que se hace más grande.
De día me acompaña un fantasma gordito que sigue mis pasos y se nutre con la estela de mis huellas cuando el mundo es angosto y de techo bajo, y uno va por ahí temblando de ganas por ser Spider Man, porque cada nuevo superhéroe implica cambio de sentidos, planteamiento y contenidos. Claro que debo escribir cuando mamá es marea en reposo y desenredo con mis dedos el oleaje blanco de sus cabellos para, en un parpadeo, despeñarme junto con mis carritos de plástico al interior de sus sueños llenos de flamboyanes.
La vida, desde aquí, es un juego de adivinanzas o rompecabezas de momentos decisivos: probar o no probar el flan con su litoral de caramelo.Cuando cierro los ojos es por simple placer, contrario a cualquier obsesión de fe cristiana o budista, como sentarse -únicamente- a escribir o comer flanes mientras mamá cose botoncitos a mi camisa y zurce mis calcetines. Juego, pues, a ponerle etiquetas a cada sonido: cuando se afloja una corbata, se rompe el pan tostado, cae la tapa del baño, alguien sube la escalera o tropieza con un banco, así también los que deciden viajar a otro tiempo, como el agua cuyo sonido se diluye al llegar a la orilla de arena.
Quizá mis mejores amigos sean las palabras y su hipótesis entusiasta por detonar imágenes (¿Cristal o pedrada?, ¿Poesía o parrillada?)
"La tortillina con su tranvía de chiles habaneros acompaña a la carnita en su estrepitosa deriva por tremendo mordidón"
Eso es lo que se me ocurre, por supuesto sin pasar por foros y debates, simplemente en lo que registra mi satélite con forma de aceituna. La vida no tiene porque ser un memorama perfecto o jaquemates de sabidurías que edifiquen diques. Pero la vida, eso sí, sigue siendo para mí ese niño solitario y sin amigos que refrenda su vocación por jugar en un trozo de tela bordado por esas manos, cuyos empujoncitos, me hicieron jugar fut y hablar desde estaciones apacibles de un niño que quiso ser bueno y noble.
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