Jugué futbol con la libertad de aquellos años, celebrando la lluvia infinita que nos daba cobijo pateando una pelota, reivindicando los hits en inglés de los años 80, leyendo esos libros que ahora llaman clásicos. Participé en Ligas y competencias, hubo derrotas y victorias, y cabe decir –por las aceitunas o la luz de una palabra nueva o por lo que sea– que fueron más victorias. Pero crecimos y al alba sucedieron muchas cosas: caminos que se abren cuando la carne nos separa de los sueños. Y tuve un impasse de casi 40 años. Todos me olvidaron menos uno: mi querido amigo Gaby. En ese mundo oscuro de Esquilo en los Balcanes, de Marky Ramone enojado con los Smartphones, de Lucio Cabañas en las montañas, sólo Gaby mantuvo contacto conmigo. Siempre una llamada para aquel extraordinario portero hundido en su mundo de sombras. “¿Cómo vas mi Dany?” “¿Todo bien, mi Dany?” “¿Necesitas algo?”. Hasta regresarme a jugar futbol con los viejos y con los nuevos amigos. Qué felices fuimos jugando en el Tec de Monterrey. Ayer no hubo juego ni gritos ni porras ni grandes goles ni atajadas increíbles porque lo que nos convocó fue el cumpleaños de mi amigo, sus 60 años de vida. Y ahí estuve, reunido con sus mejores amigos y su familia amorosa. “¿Cómo estamos, mi Dany?”, me pregunta Gaby cuando entro al salón de fiestas. “Excelente”, contesto. Nos abrazamos.
Luis Daniel Pulido
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