Para
Marco y Ana
La historia la sé por mi sobrina Ana
—al fondo una discusión sobre Aristóteles
y la imposibilidad de ser feliz
hace de ruido mientras leo la carta de mi sobrina.
No quiero sonar ni verme grosero,
pero la discusión para mí ya no es importante.
Creo que en los últimos días las bibliotecas
no arden como antes,
ni los escritores ni los alumnos ni los aspirantes
a la medusa burocrática de las premiaciones.
Prefiero el futbol soccer.
La soledad es el ruido continuo de mi celular,
mi gato en la puerta, mis perros durmiendo,
este 2 de noviembre con su marco de procesiones:
en cinco segundos los hombres abandonarán esta isla
Y lo veo. Los veo.
Marco estuvo con Ana viendo
un juego de beisbol en Yankee Stadium:
Yankees contra los Medias Rojas de Boston;
el juego fue una fiesta de carreras,
hits, jonrones. Un detalle: el pitcher de Boston
lee mal las indicaciones, recluso de la presión y sus ideas.
Ana y Marco no le van a los Yankees,
sino a Boston y dicen, juntos, “no puede ser”.
Los Yankees anotan tres carreras.
Mister Bruce Springteen suena en el estadio,
la canción es Working on the Highway.
Va Boston al bat.
La luna —antes insidiosa
y sombría,
ilumina una pelota que sale del estadio,
llega a la calle, rompe un cristal de un auto,
hace que Ana y Marco celebren una, dos,
tres, cuatro, cinco, seis carreras.
Lo hacen en silencio, sonríen entre ellos.
¿Pensabas que te iba a dejar solo? —escribe Marco
en la parte de atrás de una postal…
que llegó hoy.
Luis Daniel Pulido
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