El
futbol traza aciertos pero también derivas: ayer batallé con el movimiento del
balón, la gran extensión nevada en los googles a causa de nervios ópticos casi
muertos, Antártida de luz que hace me lleve la mano a la frente en forma de
improvisada vicera para ubicar a compañeros y adversarios.
Si no
lo soy lo siento: soy el hombre más solo del campo. Noto cómo el coro de
pájaros se apaga y da revancha en la siguiente jugada, un universo paralelo al
margen del mundo: el niño tímido que asume la voz de mando y da cauce a nuevos
intentos por el ansiado gol al rival, el empate a dos que por fin llega.
La
tarde, el gran cisne de los subterráneos de Chaillot, es también un Dios que
con su vuelo da sombra a mis héroes: todos y cada uno de mis amigos y un digno
equipo contrario.
Hoy
camino por las calles de una ciudad extraña y me pongo los audífonos. Y sonrío.
En quince días, otra batalla. “Venga portero”, me dice una linda muchacha desde
Guadalajara.
Luis
Daniel Pulido
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