miércoles, 27 de marzo de 2019

VACACIONES PERMANENTES

Foto: Wilma Lorenzo

Mis problemas conyugales empezaron, o al menos me di cuenta, los domingos, cuando ya no coincidíamos en posición para ganar las mismas batallas. Ella empezó a odiar el futbol, los muros alrededor del juego, la cerveza como mero asunto de felicidad y convivencia. Y se fue al extremo: “no soy Jenny Beaujean”. Sí, Jenny Beaujean, cantante de jazz y a la que escribí un único poema a manera de homenaje, joya de la corona que usarán –sin duda–mis sucesores: otros poetas. Normal cuando la retirada es paulatina y ordenada y uno decide casarse. La vida y sus costos humanos y políticos: el matrimonio.


     Yo dejé la poesía y me embarqué con mi cariñosa y bellísima esposa a la participación activa de las luchas por los que menos tienen. El cabello me creció y también adopté nuevos hábitos, como decirle “camarada” al amigo, abrir nuevos frentes de resistencia, la mayoría en redes sociales, y desplegar enormes banderas contra el capitalismo. No fumé marihuana porque me gustaba jugar futbol por las noches y los equipos ideológicos vaya que pesan si no tienes la capacidad de deslindarte de ellos, al menos, para jugar un juego de futbol.

     Mi esposa y yo amamos el Chiapas zapatista, los viejos satélites de la Unión Soviética, los eternos enemigos potenciales, un Che Guevara sin mancha, al Subcomandante Marcos y su poesía que nunca fue gota que derramara el vaso. Y dimos todo. Pero la libertad y la justicia, en sus beneficios, trae también formas de dominio y sobre todo poder y dinero. Nadie puede prever, ni siquiera a corto plazo, la propensión a fabricarse enemigos, hasta entre sus propios beneficiarios.

     Así que dejamos Chiapas y viajamos a Playa del Carmen para retomar nuestro proyecto de vida, el amor como la gran pieza de sincretismo, en una playa que prácticamente nos convirtió en ciudadanos americanos. Pero cada vez más distantes y más ajenos entre sí.

     Yo retomé mi pasión por el futbol e hice un equipo de niños, lejos de los balcones dorados del futbol europeo, más a ras de arena del mar, y con algo de sobrepeso.

Mi esposa me pidió hijos, vocación, perspectiva, implosión espiritual. No le di nada.

     Así que los domingos nunca fueron lo mismo. Las lecturas de Coetzee, Cormac McCarthy, Carver cambiaron a escenarios distintos, al músculo de la incompatibilidad de caracteres, la construcción en metros cuadrados de disputas sobre qué programas ver, qué libros comprar, espacios libres de humo, de amigos y un refrigerador con productos únicamente vegetarianos. El amor y los estertores de la guerra, inquisición romana del siglo XVII, ya no me permitieron organizar un asado.

     Un día la estirpe de los molinos de viento a los que me enfrenté desapareció en la arena. Ella se fue y se fue para siempre. El sol ya no fue la raíz de luz hacia el infinito y las olas me llenaron de espacios vacíos. Y casi no escucho al mundo.

     Quizá, a manera de redención, me he vuelto hospitalario con los animales. Y tengo un perro.

     No, no existe el gran lugar para la revolución mexicana.

Luis Daniel Pulido

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