Te hablé por teléfono porque el amor,
aun cuando sea perezoso o chiquito,
tiende su red de secuaces: verdaderos
bandidos (no narcos, policías o jueces)
que asaltan el brillo de tus ojos,
que sueltan –de paso– chuts a gol
sin vuelta de hoja, que te roban,
desnuda, cuando entras a la oficina
y abres el Messenger para inventarte
otras historias.
Sé que me hacen falta algunas disculpas,
buscar la muerte que me corresponde
por los excesos de escaleras, infiernos,
reductos, audacias, tener un poco de paz
en pequeños zipizapes que no duelan tanto,
un poco de paz, simplemente.
Te hablé por teléfono porque me gustas,
respiro hondo: te quiero y no me permito
–en diez segundos– la autodestrucción
(no soy cyborg, humanoide, Tranformers,
socio de Slim)
Quizá –alebrestado, al fin de cuentas–
mi corazón ya no sea un jardín
de árboles gigantes, de fiestas
marcadas en los calendarios,
fruto de una imaginación vigente.
Te busco porque no sé nada del mundo
y sus dioses: sigo siendo un niño cruel,
a veces solicitado por revistas importantes,
a veces por algún autor preocupado
por su oficio, a veces por prescripción
médica.
Te hablé por teléfono porque te vi las piernas,
tus labios, cierto reclamo enamorado
y este singular viaje, a dos voces, a lugares
remotos donde nadie me conoce y pregunta
por mí para ajustar cuentas sobre el alma
que no tengo a partir de la falta de padre
y madre muertos bajo una guerra biológica.
Te hablé por teléfono porque quiero morirme
con la edad que tengo, la de Chincho
y no la de la Prensa libre o el México
moderno.
Yo sólo quiero volver a casa,
tener un poco de paz, simplemente.
Luis Daniel Pulido
aun cuando sea perezoso o chiquito,
tiende su red de secuaces: verdaderos
bandidos (no narcos, policías o jueces)
que asaltan el brillo de tus ojos,
que sueltan –de paso– chuts a gol
sin vuelta de hoja, que te roban,
desnuda, cuando entras a la oficina
y abres el Messenger para inventarte
otras historias.
Sé que me hacen falta algunas disculpas,
buscar la muerte que me corresponde
por los excesos de escaleras, infiernos,
reductos, audacias, tener un poco de paz
en pequeños zipizapes que no duelan tanto,
un poco de paz, simplemente.
Te hablé por teléfono porque me gustas,
respiro hondo: te quiero y no me permito
–en diez segundos– la autodestrucción
(no soy cyborg, humanoide, Tranformers,
socio de Slim)
Quizá –alebrestado, al fin de cuentas–
mi corazón ya no sea un jardín
de árboles gigantes, de fiestas
marcadas en los calendarios,
fruto de una imaginación vigente.
Te busco porque no sé nada del mundo
y sus dioses: sigo siendo un niño cruel,
a veces solicitado por revistas importantes,
a veces por algún autor preocupado
por su oficio, a veces por prescripción
médica.
Te hablé por teléfono porque te vi las piernas,
tus labios, cierto reclamo enamorado
y este singular viaje, a dos voces, a lugares
remotos donde nadie me conoce y pregunta
por mí para ajustar cuentas sobre el alma
que no tengo a partir de la falta de padre
y madre muertos bajo una guerra biológica.
Te hablé por teléfono porque quiero morirme
con la edad que tengo, la de Chincho
y no la de la Prensa libre o el México
moderno.
Yo sólo quiero volver a casa,
tener un poco de paz, simplemente.
Luis Daniel Pulido
1 comentario:
Me gusta que me veas la piernas, guerito lindo cuerpo de uva!
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