martes, 5 de noviembre de 2013

LA IMPORTANCIA DE LOS TIMBRES EN LAS PUERTAS


Ojalá volvieran los días cuando tocabas
mi pancita y soñabas con volverme grillo,
cuando viajabas a Tijuana y yo, desesperado,
atravesaba un sinfín de ejes viales pidiéndote
que no te fueras, que me era imposible soportar
ese disparo de quince días sin novia bonita
que me dijera cuánto te quiero

O tus mensajes desde el aeropuerto, que al igual
de los hoteles sin cuartos, te dejaban con tu libro
de Murakami sentadita en la sala y tecleando perfiles
de la vida moderna, entendiendo que no hay Tijuana
totalitaria ni novio más importante que un tal
Luis Daniel Pulido

Ojalá vuelvan los días cuando me abrazabas
y me decías que era tan grande como Wagner,
polemista como todo niño insoportable,
amniótico porque jamás acabo de crecer
y armenio –palabra sugerida para no decirme
sociópata o mamón– cuando decidía no hablarte

Ojalá vuelvan las tardes cuando te escribía un libro
y te mostraba los avances y tú me comprabas helados
de alguna franquicia importante y yo adivinaba el sabor
en tus labios y cerraba los ojos y amanecíamos en tu auto
de lujo, contigo pellizcándome y organizando mi entusiasmo
para que no soñara demasiado

Ojalá vuelvas como vuelves en mi cumpleaños,
para desearme suerte, para decirme que no esté triste
por mi ojo perdido, que regresarás y algunas veces
no será necesario que lo note

Que estarás en mi corazón por siempre
y para eso ya compraste Blackberry y sala,
recepción y lo más importante: timbre en la puerta

Luis Daniel Pulido


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