Luis Daniel Pulido, un diciembre cualquiera...
A Damaris Disner, editora de Cultura de El Heraldo de Chiapas
A Damaris Disner, editora de Cultura de El Heraldo de Chiapas
Empezaremos por hacer que este texto ofrezca una teoría de certezas proporcionales a la duda, introducir “el otro” que “ella” optará por resolver como tesis de investigación periodística.
“Ella” es editora de Cultura del “otro” periódico. “Ella” advierte mis malas intenciones, intenta cambiarse de calle, no quiere que le vea las piernas, le sacude un acceso de tos, me saluda –Pero si eres tú, ¡qué milagrazo!- (Nótese: Milagrazo, figura superpuesta que nos dice que al interior de toda imagen de la Virgen de Guadalupe reconocer a una persona es un proceso tan sencillo como decirme baquetón y yo a “ella” ¡pitonisa!)
Porque el fuerte de “ella” es ver el futuro, y el futuro es esa cosa que redobla apuestas, siempre rodeados de esa cierta luz divina que no me permite hacerle lo que todo buen marranín debe hacer.
“Ella”, que celebra pasión, obra y vida como lo hacen las escritoras de provincia: riéndose de no sé qué y mandando besitos, dice (“dice”) que me quiere mucho. Y lo dice como si desplegara una alfombra roja para cada palabra donde todas las obras de caridad son de largo aliento. Y vaya que lo son, sino cómo entender que un día apareciéramos regalando juguetes a los niños de una iglesia en Pijijiapan. Recuerdo ese lugar y la verdad nunca sabré por qué de un momento a otro chocábamos las manos entre nosotros, borrachos, muy borrachos de Dios. Y todo iba bien hasta que el pastor ya no pudo controlar su lujuria y nos empezó a correr a todos, menos a “ella”.
Total, emprendimos el viaje de retorno sin pronunciar palabra alguna. “Ella”, y esto es tan sólo otra sospecha, mide el amor y la vida desde su muy particular formación católica, como si se emborrachara conmigo dos días y sobreviviera sin “meter la pata” por mas traspiés de whisky que le envíe a su mesa.
A veces, con ese arrastre de diablito que me cargo, le propongo ir a las escaleras, subir a la azotea, llevarla con engaños a mi casa porque mi mamá quiere verla, que Tierra Adentro me publicó un texto y que por eso me merezco más de lo que me ha dado: un CD de Pearl Jam, un cuadro valuado en 1, 500 pesos, dos Nutrileches, un paquete de medianoches Bimbo, un cocol, una chilindrina y una playera de poetas locales.
“Ella” me manda mensajes de texto cuando me extraña. Así nos ponemos de acuerdo y paso por “ella” al “otro” periódico. Cuando pasamos la calle nos tomamos de la mano y a la voz de “pásale mi María Candelaria” esquivamos autos en medio de la noche, a veces bajo la lluvia, esperando que algún día me diga “tuma tudo lu qui quieras di mi, mi Pedrito Infante” para hacerle lo que hacen las abejitas.
“Ella” es editora de Cultura del “otro” periódico. “Ella” advierte mis malas intenciones, intenta cambiarse de calle, no quiere que le vea las piernas, le sacude un acceso de tos, me saluda –Pero si eres tú, ¡qué milagrazo!- (Nótese: Milagrazo, figura superpuesta que nos dice que al interior de toda imagen de la Virgen de Guadalupe reconocer a una persona es un proceso tan sencillo como decirme baquetón y yo a “ella” ¡pitonisa!)
Porque el fuerte de “ella” es ver el futuro, y el futuro es esa cosa que redobla apuestas, siempre rodeados de esa cierta luz divina que no me permite hacerle lo que todo buen marranín debe hacer.
“Ella”, que celebra pasión, obra y vida como lo hacen las escritoras de provincia: riéndose de no sé qué y mandando besitos, dice (“dice”) que me quiere mucho. Y lo dice como si desplegara una alfombra roja para cada palabra donde todas las obras de caridad son de largo aliento. Y vaya que lo son, sino cómo entender que un día apareciéramos regalando juguetes a los niños de una iglesia en Pijijiapan. Recuerdo ese lugar y la verdad nunca sabré por qué de un momento a otro chocábamos las manos entre nosotros, borrachos, muy borrachos de Dios. Y todo iba bien hasta que el pastor ya no pudo controlar su lujuria y nos empezó a correr a todos, menos a “ella”.
Total, emprendimos el viaje de retorno sin pronunciar palabra alguna. “Ella”, y esto es tan sólo otra sospecha, mide el amor y la vida desde su muy particular formación católica, como si se emborrachara conmigo dos días y sobreviviera sin “meter la pata” por mas traspiés de whisky que le envíe a su mesa.
A veces, con ese arrastre de diablito que me cargo, le propongo ir a las escaleras, subir a la azotea, llevarla con engaños a mi casa porque mi mamá quiere verla, que Tierra Adentro me publicó un texto y que por eso me merezco más de lo que me ha dado: un CD de Pearl Jam, un cuadro valuado en 1, 500 pesos, dos Nutrileches, un paquete de medianoches Bimbo, un cocol, una chilindrina y una playera de poetas locales.
“Ella” me manda mensajes de texto cuando me extraña. Así nos ponemos de acuerdo y paso por “ella” al “otro” periódico. Cuando pasamos la calle nos tomamos de la mano y a la voz de “pásale mi María Candelaria” esquivamos autos en medio de la noche, a veces bajo la lluvia, esperando que algún día me diga “tuma tudo lu qui quieras di mi, mi Pedrito Infante” para hacerle lo que hacen las abejitas.
10 comentarios:
Malo, que malo eres
Ja, ¿y qué hacen las abejitas?
Leer tu blog es más nutritivo que desayunar en el Naturama
Besitos
Cati:
¿Pedro Malo?
Ana Claudia:
Pos, pican ¿O no?
Estimada Mariana:
Gracias. Yo siempre empiezo el día con mi Cal-C- Tose
Un abrazo
Ja, ja, quien fuera esa Maria Candelaria
Besos
Mariana:
Claro, y quien fuera Pedro Infante...Kurt Cobain...Tom Brady, je
Un abrazo
Estimado Luis:
Lo has contado redondito, me cae. Muy chido. Así es la Morucha, que padece del efecto turulete: a la hora de la hora se aprieta.
Saludos.
Estimado Jack:
Primero lo primero: me da un gusto enorme verte en mi blog y que después de la mazapaniza que me puso el sindicato de poetas chiapanecos, tenga lectores como tú: gigantes de buen corazón.
Lo segundo, pues así es, ya hasta dolores de cabeza tengo de tanto cuchi cuchi y nada de...tú sabes
Un abrazo
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