Conocí a Leti al terminar el séptimo semestre de magia en la panadería de don Vicente, mi papá. Extraño lugar para una Universidad, que aparte de cierta deficiencia en el alumbrado, siempre llevábamos un dedo de harina marcado en la nariz.
Leti, que piensa todo el tiempo que las Universidades de magia son como las de Harry Potter, busca mi máquina de cuartillas –regalo de un niño de posguerra hijo de un filósofo alemán- la cual hace que escriba y escriba y escriba.
-¿De dónde sacas tantas cosas, cabezón?- me preguntaba
En séptimo semestre uno tiene la capacidad de convertir virotes en barcos pesqueros, tenedores en ramitos de orquídeas, por lo que me sobraban algunas palabras mágicas con las que desarrugaba billetes, envolvía en papeles plateados copas de futbol para países en guerra, organizaba concursos de bikinis pero nada de salvar el mundo como el buen Harry.
Éramos una Universidad como todas, con baterías antiaéreas en carnavales, echando sombra bajo la falda de brasileñas que bailaban rebien la samba y presentando los exámenes no para resolver problemas universales, sino para ver qué tanta precisión y puntería teníamos ante preguntas con cinco opciones de respuesta.
La verdad, a nosotros nadie nos “rankeo”, ni tuvimos que aflojarnos la corbata al ver que no parecíamos entre las cien mejores Universidades del mundo: todo cabía en una chistera.
Leti por eso un día apareció en otra Universidad.
En séptimo semestre de magia, dado a la ilusión que provoca el amor, se prescindió de los espejos. Leti, de tan lindos ojos, renunció a su imagen. Se fue.
En la Universidad de la magia no dejamos de hacerle pasteles, proponernos nuevas formas de redención en francés.
¿Qué si estaba enamorado de ella?
Soy mago, transgresor de cronologías, igual de alto y fuerte en Chihuahua como en la Torre Eiffel, Quijote y súperheroe, Topo Gigio, tu Javier Barden…
Leti, vuelve…
2 comentarios:
Gracias, snif! snif! ya se que soy re tonta, pero aun asi me quiero.
ya le devolvere sus letras, es que a mi me gusta la sopita de letras.
Maga Kenia:
Cuando uno quiere a alguien se telefonea barquitos y no palabras.
Llega el mar tan melancólico, profundo, milenario y con su tintero de ballenas el oleaje escoge claritos en cordilleras de arena (mucha arena).
Y los veleros de cartón presurosos por colgar en las palmeras luceros, cometas, sopitas de letras: un cielo azul tendido sin ojos y ombligos para pinchar.
El beso como un tirón de tela donde todas las tormentas caben en un alfiler de constelaciones fugaces para de nuevo marcar, buscarte en esa serpiente de números y no encontrarte. Regresar a los recados distantes, estos barquitos resultados de multiplicar cuatro por veinte.
Qué viaje tan largo ha sido este para decirte: Anda, ya no estés triste
Te quiero mucho
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