El mundo es horroroso y es apenas el mediodía. Descanso de las lecturas rápidas, de apartar la mirada a lo que se mueve tras el cristal de la ventana. Respuestas inmediatas a si va la coma, o el punto y coma, o el borrón y cuenta nueva. Luego Foster Wallace y su tesis sobre la infinitud de las matemáticas pero también un vistazo al gol y su síntoma: la emotividad y el delirio. Un niño grita a la cámara. Mi país, y digo país para demarcar la soledad dentro de ella, y que el fuego ilumine otro lugar mejor, es un matadero. Una niña muere con un balazo en la cabeza. Otro niño muere acribillado. Abandono los escenarios obligado a admitir otra derrota. Y encorvado por el peso de cientos de sombras calcinadas me siento en el sofá sin esperar nada. Quizá, pienso, no hay nadie más triste que yo. Lo digo, claro, por decir, por soltar los barcos a los terrenos espinosos del zapping, el algoritmo, lo que nos hace turistas de masacres. Respiro hondo y por accidente –y digo accidente el buscar filmografías o al gato medieval de un monasterio franciscano del siglo trece, que aún hay belleza, mundana y frágil, de clases, haz de cine comercial, sin banderas solidarias, belleza… y sólo eso, belleza. Cailee Spaeny. Borrón y cuenta nueva.
Luis Daniel Pulido
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