Después del infarto, mi hermano Marco Pulido –con un
esfuerzo que sobrevuela continentes y poblaciones de palabras frágiles– me
escribe una breve carta. Y la leo y lloro. Y se abren puertas a lo desconocido:
la angustia, el miedo, la soledad y su gloriosa excepción: la esperanza.
Un avión de papel hacia el crepúsculo hace de luz en mi
ciudad. Señal de que ya puedo salir a navegar.
Vive, Marco, vive.
Luis Daniel Pulido
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