Hablan de poesía
–unos desde su cielo cosmopolita
y otros desde el anonimato de su provincia–
entre habituales decretos de excomunión,
o bien entre los rótulos luminosos
que anuncian el oficio:
los postigos en el agua tibia,
el riguroso traje negro de los premios.
¿Hay algo digno de nombrarse en la miseria?
Una fila de niños centroamericanos –imaginas–
caminan de puntas a la escalera.
No existe –te dices– ave rapaz que apague el
candil de la casa.
Eres el orgullo de tu pueblo.
Anda, come.
Luis Daniel Pulido
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