Foto: Sergio
Larrain
La
secundaria –ese golpe militar
a mi
libertad de conciencia–
no me trae
buenos recuerdos.
No olvido el
martilleo de escupitajos
–como si
hablará con la boca llena–
del maestro
de español:
un armatoste,
ojiva de mal aliento,
exponiendo
su clase.
Me odiaba o
le era insoportable.
Qué importa.
Qué sabía él
de discursos emergentes,
la irrupción
al misterio con José Revueltas
y el heavy
metal de los ochenta.
Ha pasado el
tiempo,
la
fragilidad al modelo de negocio que propuse,
las
contrapartes impresas;
la idea de
redención en un hirsuto gesto
de
desprecio: un país violento y lleno de muertos.
Pero que
sabes tú maestro de mierda
–y tus
alumnos ahora ya viejos–
de la
participación activa de las luchas civiles,
de
reinventar apuestas y ciudadanías,
de los
musulmanes armenios que en un guion
de cine te
cortaron la cabeza.
Me golpeaste
por la espalda
–fuiste un
maestro cobarde–
y mira,
treinta años después,
tienes los
aplausos como culos abiertos
de tus ex
alumnos que te recuerdan.
No descartes
(quizá decida no tomar
mi
medicamento) una visita de aquél joven
para
cobrarte la afrenta.
Te confieso
que ahora soy un adulto violento.
Luis Daniel
Pulido
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