La soledad se la debo a T. S. Elliot,
a los ojos saltones de los peces dorados,
a los lienzos de Heinrich Lossow,
a las maletas inmóviles de las salas de espera,
a los pisos pulidos de los hospitales,
a los cactus de un canal muerto,
al desierto que dejan los golpes en la mesa,
a las mujeres que me obligaron a mantener la
calma,
a los medicamentos –que como quien acerca
un barco al mar– me convirtieron en el cordero
protagónico del éxito
Al reloj con manecillas y la luz que se cuela
bajo la puerta,
a la afanadora que corre las cortinas y me dice
que el bar
abre en dos horas
A todo eso y la gotera en el lavabo como un
pedazo
de carne que se deshace
Luis Daniel Pulido
*Del libro PUNISHER ENTRE NOSOTROS
No hay comentarios:
Publicar un comentario