viernes, 12 de diciembre de 2014

QUÉ DIVERTIDO ES ESCRIBIR Y VIAJAR


Para Gina

Los escritores, pareciera, nacen viejos. Se aferran a los temas serios, a lo obvio: a la pobreza, lo social, la violencia. Y supongo que no está mal; somos los grandes tiranos de la palabra hasta que autores y público se unen en un mismo bostezo. El escritor, entonces, se vuelve sospechoso cuando parte, barquito de papel en mano, de su corazón de niño y se aparta de esos temas y juega a escribir historias. Escribir es jugar. Primero una palabra que salta –irresponsable– sobre el sartén (y acá qué importa que lo tengas del mango) que se cuece y se hace tocino, tocino crujiente. Después la oración completa, la Tierra de nadie, las galaxias paralelas, el dudoso gusto por las verduras, y todo porque –en este punto– mamá no se enoje. Ah, porque las mamás de los escritores –y si fuera por ellas– jamás vieran crecer a sus hijos para que den conferencias, los acompañen a recoger premios, salgan en la tele, seduzcan a chicas que a sus hijos escritores –pobrecitos– no les convienen. ¡Arpías! –les dicen. Por eso las mamás no deben morir y los escritores no ser tan adultos a la hora de escribir. O igual y sí. Quién sabe.

Dicen que los libros hechos por adultos supuran “mundos reales, humanos voraces”. En los libros para niños las cosas pasan con los ojos cerrados: puedes escuchar el mar, el meteorito que cae en el océano, al ratón que se cuelga del segundero, el tiranosaurio que quiere ser tu amigo.

Yo –déjenme decirles– ya hice amistad con uno, regrandote y que escupe fuego.

¡Órale!


Luis Daniel Pulido

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