Empezamos
algo –un tercio de avenidas del Caribe
mexicano,
cargos
a la tarjeta de crédito, oleajes en dos superficies: la tuya, la mía–;
dejamos
pistas, enormes barcos anclados, el aire seco del desierto;
dejamos
viejas lámparas de petróleo, éramos piratas
Empezamos
esto –el amor es una iluminación sin contrastes–
con un
beso en la mejilla, con canciones de Bruce Springteen,
como
La dama y el vagabundo
Empezamos
y hay quien piensa –todavía– que una casa
se mide
en metros cuadrados y no en los sorbos a la sopa caliente,
en los
niños que duermen
Luis
Daniel Pulido
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