sábado, 11 de enero de 2014

CARTA A LÍBANO*


No quise conquistar galaxias. Lo mío era el futbol y las niñas que coreaban mi nombre. Fui, podría decirse, más de bucaneros y piratas, de Caribes y maderas, de luna llena y motores fuera de borda.

Recuerdo que en mi primer juego el coach no me dejó jugar con visor y snorkel, tampoco con mis aletas negras con bordados fosforescentes. Regresé a casa sin jugar un sólo minuto y me volví afecto a las ventanas. De ahí pude ver edificios en su clásica siesta del mediodía, de fila india petrificada, de mi corazón latiendo por bellas libanesas que entraban al Club de Tenis.

–Inmigrantes –dijo mi maestro particular de matemáticas. Yo lo fulminé rayándole un “gato” X O X O X O X O X. Tablas. Los dos éramos buenos.

No recuerdo bien el día ni la hora, si llovía o jugaba a El Fugitivo, pero en casa contrataron televisión por cable, y con ello pequeñas guerras y hasta una cobra gigante: veía el National Geographic.

En ese tiempo, se supone, tenía un problema grave que me impedía ir a la escuela, algo de percepción o de retiradas fulminantes ante el dolor de una guerra imaginada pero que dejaba sentir mariposas negras revoloteando en mi ojo izquierdo. Me compraron lentes.

No tuve muchos amigos, y me dieron a leer libros y había guerra en el Líbano y el Club de Tenis estaba enfrente de un comercial enorme de ATT y yo seguía dándole duro a las clases de matemáticas.

Pero no, no quería conquistar galaxias. Quería jugar futbol y hacer jugadas impresionantes para la niña que vino en avión desde el Líbano a mi ventana.

Deben haber pasado tres o cuatro años, y mi conducta seguía siendo incorrecta, un caso no especial pero sí de papeleos acumulados, de medidas y demoras, de apagones que provocaban cierta violencia que ameritaba un Consejo de Seguridad igual para día y noche.

Yo usaba lentes, en el Líbano continuaba la guerra y mi profesor de matemáticas me odiaba. Por supuesto, entendí que algo estaba mal y construí un botiquín para los medicamentos e hice un gran despliegue de provisiones que abarcaban raciones de pan, centeno y nueces, recetas unilaterales sobre cómo hacer el delicioso pastel de zanahoria.

Ha pasado el tiempo y es un hecho que no hay un final feliz, pero escribo esto gracias a mi esposa que vino en avión desde el Líbano y me abraza y me besa.

A ella todo mi amor y mi cariño y el mar en su profundo silencio.

Luis Daniel Pulido

*Texto para celebrar los veinte años de mi fanzine Vínculos, impreso y distribuido en enero de 1994, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez

1 comentario:

LoLiTa dijo...

Hermoso, Luis Daniel

Yo tenía ocho años y ocho años después me hice tu amante, a los dieciseis, eres mi maestro
Te amo