Karen Dianne
A
Karen Dianne, con cariño, aunque no me crea
–¡Karen, mira mi Dvd remasterizado de Led
Zeppelin!
–Puli, ya sabes que a mí me gusta Agustín
Lara
A
Karen la conozco de hace tiempo; cuando era una obstinada estudiante de
psicología y daba la impresión –por su conversación y digresiones– que dormía
con los ojos abiertos, pues la vida configuraba a cada minuto itinerarios
nuevos para la disertación.
Vi
también que en la libre circulación de las ideas, ella detiene las cosas cuando
quiere, y si no sus pequeños ojitos de mamá Kung Fu te obligan a hacerlo. Un
Kung Fu, para no variar, arbitrario, ya que parte de ese lenguaje tan de ella:
alerta, preciso, ansioso y ¡pum! a la cabeza.
Hemos
pasado juntos un millón de rupturas, reconciliaciones, hechos que no nos
importan, chistes sobre periodistas chiapanecos, amigos en común, y de
feministas. Pero hoy ella es feminista. Ni modo. Quizá tengamos que inventar historias
de gatos.
Pero
Karen –a pesar de su devoción de feminista otoño-invierno– sigue siendo
espontánea, divertida, inteligente y sobre todo conserva eso que une a los que
–sin verse– saben que decir en los momentos más álgidos de una controversia; y
me refiero a que ambos somos malvados.
Hoy
compartimos un taller de análisis de textos literarios; yo, puntual; ella –que
no respeta horarios ni acuerdos–, se aparece siempre tarde y por arte de magia
o porque el maestro es débil y frágil ante la belleza, reinicia la clase según
su plan, orden de autores cuando Karen llega e interrumpe, cuestiona, rompe,
deshace, dice “sí” a esto, “no” a lo otro y en un tris pone el mundo de cabeza, crea su Imperio, contesta llamadas a
su celular, retoma la clase y no, no, no, no está de acuerdo.
Karen
es así, y me da gusto, pues aún en posiciones distintas: ella como madre
exitosa y yo como integrante de los Avengers
–que según el feminismo de bases indigenistas del cual parte su credo, me hacen
el lobo feroz o el perro racista que se inventó su amiga novelista– seguimos
viéndonos como protagonistas de las mejores películas de Woody Allen y en una
que otra donde, como Shakira, ella es rabiosa, rabiosa. Sin olvidar que al
final del taller su mayor elogio hacia mí es cuando dice “Ah, admiro a Pulido
que aguantó tres horas sentado en una sala de cine viendo la tercera parte de
Batman. Ese Luis Daniel y sus cosas de niños. En fin”
Pero
–Karen es Karen– y sé que negará esto último y dirá que tengo mucha imaginación
y he inventado todo; además que la palabra “ella” no es una metáfora, sino un
sintagma.
Claro,
yo ya estaré lejos comiéndome unos taquitos de sirloin en algún lugar de la
galaxia.
Luis
Daniel Pulido
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